lunes, 21 de junio de 2010

El vagón equivocado

To DC


Una llamada telefónica me detuvo, cerré la puerta del cuarto y decidí atender. Sentada sobre la cama conversaba con mi padre y me subía las medias de invierno que me protegían del corto vestido negro que desde la mañana había decidido llevar. Mientras conversaba con él, veía a través de la ventana cómo el atardecer primaveral iba muriendo. Me di cuenta que una de mis botas no estaba del todo limpia. Me acerqué al baño, tomé una toalla pequeña y comencé a quitar el lodo seco. Al mismo tiempo, le iba comentando que una vez más la causalidad me trataba con injusticia, al ser la única spanish speaker del curso. Noté entonces que me estaba retrasando, y prometí llamar a mi padre de nuevo al día siguiente, para contarle con todo detalle mis discusiones teóricas sobre el periodismo económico con quienes consideraba mis exóticos colegas de Jordania, China, Egipto y Giorgia.


El taxi me dejó justo enfrente a un edificio que me impactó. Lo describí mentalmente como un estilo victoriano pero plagado de vidrios. Una combinación bizarra nada feliz. Sentía algo de sueño y cansancio por el largo viaje, pero accedí a la invitación de mi viejo amigo por la sola curiosidad de saber si el tiempo lo había tratado tan bien como a mí. Lo reconozco, tengo el gravísimo defecto de aprovecharme de mis genes y de mis extremos cuidados físicos para confundir a la gente con mi edad. Lo peor es que cuando constato que me veo casi igual que hace 20 años, siento una extraña e íntima sensación de regocijo que algunas veces me avergüenza de mí mima. Una vez se lo confesé a una amiga cercana y me contestó: “No te preocupes, expiarás ese pecado cuando uno de estos días te des cuenta que todos los años te cayeron encima al mismo tiempo”.

Abrí de nuevo la puerta y caminé hacia el ascensor. Allí me detuve a esperarlo y me volteé para verme en un espejo que había en el corredor. Estaba perfecta, casi igual que en la mañana. Mientras me fijaba en los cuadros de colores y arabescos de la alfombra del hotel, pensaba en que esa noche no lo vería. Trataba de desviar mi atención sobre aquel episodio impactante del día anterior. Me miré de nuevo al espejo, esta vez directamente a los ojos y no pude evitar encontrarme conmigo misma diciéndome: “Basta de engaños, estás atrapada y no entiendes lo que estás sintiendo”.

Llevaba jeans, y un suéter que no me protegían lo suficiente. Mi amigo no respondía al intercomunicador. Mis manos se comenzaban a congelar. Llamé a su celular y tampoco tuve éxito. Estuve tentada a irme pero no pasaba carro alguno por el frente del edificio. En ese momento me dije a mi misma que había sido un error haber aceptado aquella invitación. Esperé unos dos minutos más y me prometí que sería la última vez que lo intentaría. “¡Bienvenida!”, me contestaron repentinamente.

La puerta del ascensor se abrió y caminé por un corto corredor hacia la salida. La noche se había enfriado. Apuré el paso y constaté que había limpiado bien mi bota. A media cuadra entré al Metro y tomé el pasamanos de la escalera mecánica. Disimulaba conmigo misma, y trataba de convencerme de que no me importaba no volverlo a ver. Respiré profundamente para liberarme de una pequeña angustia -que sin avisarme- me producía ese pensamiento y me concentré en las rayitas de los escalones metálicos que se movían sin mi esfuerzo.

La puerta comenzó a abrirse poco a poco. Ya conocía ese tipo de juegos de mi amigo. Esperé con una sonrisa en los labios para celebrar su travesura y cuando estuve lista para caerle a besos y abrazos, la imagen que se presentó ante mi me congeló.

Cerré los ojos por un instante y cuando los abrí mi realidad era otra. El pensamiento había desparecido y en su lugar mi intuición se había despertado. Sentí la mirada fija de alguien que caminaba a mi lado. Decidí ignorarla. La vorágine del metro me ayudó a tranquilizarme y a convencerme de que si aceleraba mis pasos, diluiría esa incómoda situación de saber que te auscultan sin tu permiso.

“Hola”, me dijo una voz varonil en un idioma que no era el mío Mi sonrisa desapareció, y entre aturdida y desconcertada me clavé en unos ojos claros que se quedaron también pegados a los míos marrones. Aquello fue descarado. Todo un descubrimiento que me hizo palpitar el corazón que parecía que no ya no era el mío. Un comportamiento mutuo carente de toda censura. Pedí disculpas; me había confundido de apartamento, pensé. “Entra que sí es aquí”, dijo la voz de mi amigo que brotaba desde el fondo celebrando mi llegada. “Él es Frank, todo un trotamundos que anda de visita por estos lares. De esos que te gustan a ti, por cierto”. Sonreí, pero su pequeña maldad se había consumado y asumí que el trotamundos -por ser lo que era- había entendido. Esa noche cuando me despedí supe que el congelador en el que había metido hacía mucho tiempo al corazón, se le había roto una pieza.

Divisé la máquina expendedora de tickets y me dirigí a ella. Mientras caminaba mi instinto animal prendió las alarmas y me di cuenta que el Voyeur se iba acercando cada vez más. Hice un gran esfuerzo para no voltear y mantenerme incólume, ante esa presencia a la que aún no había visto. Pero mi personalidad me jugó una mala pasada y en un acto de total rebeldía, y con el propósito de acabar con aquel irrespeto a mi espacio íntimo, decidí mirarle encendida de rabia. Allí estaba él con su sonrisa y sus ojos claros, disfrutando por haberme echo sentir incómoda; por haberme acechado y triunfado.


Me detuve en seco, lo miré por unos segundos fijamente y no pude resistirme a soltar una carcajada, a la que él respondió como ese cómplice que has estado esperando toda tu vida. Fue la llamada de mi padre la culpable.

Esa última vez que lo vi tomaba las escaleras paralelas a las mías con otro rumbo. No pudimos dejar de vernos hasta que la multitud nos ocultó. Cuando se cerraron las puertas del metro, noté que estaba temblando, que el estómago se me había llenado de mariposas, que tenía ganas de llorar y que el amor se me esfumaba en un vagón, al otro lado del andén, y en dirección opuesta.

domingo, 13 de junio de 2010

Sex and the City 2



Sex and the city 2

A Ginette González
Graciela Beltrán Carias y
Marielisa González


“Es que te oigo como digitalizado. ¿Aló, Aló?” Todas miramos con el pitillo de la merengada de oreo en la boca; no dijimos nada pero sabíamos lo que estábamos pensando. Para una periodista multi tasking como Ginette el horario es sólo un detalle irrelevante. Marielisa, sólo por obtener el placer de burlarse de ella, agarra el celular y la imita: “Ginette es que no te veo, estás como pixelada”.

Fuimos al cine, y ¿a que no saben? Claro, eso sólo me pasa a mí: Sex and the City 2. Con el ingrediente adicional de que Ginette ya la había visto el día anterior, e hizo un par de comentarios sobre cuál personaje se asemejaba más a mí y cuál a Mary. ¡No comments! Resignada y con un cajón de cotufas, condición irrenunciable para ver la película, allí estábamos Marielisa y yo sentadas en medio de Ginette.

Cierto, a las tres nos gusta estar elegantes. Morimos por los zapatos y amamos los vestidos. Siempre andamos arregladas, incluso esos fines de semana en que nos echamos en el sofá de mi casa o nos bajamos botellas de vino en la cocina, en compañía de algunos invitados especiales.

Recientemente un colega muy querido definió en su blog la nueva manera de hacer periodismo económico. Hoy en día sin el bbpin, los mensajes de texto o los e-mails, sería casi imposible obtener exclusivas. La razón: Son pocos los que en Venezuela, antes las actuales circunstancias políticas, dan la cara.

Eso sí, no hay duda de que las periodistas de la fuente económica actualmente tienen una preparación de alta calidad y cuando están face to face con un entrevistado, los dardos envenenados salen de mentes afinadas y rostros hermosos. Es que la única responsabilidad que tenemos es con lectores, televidentes y radioescuchas.

El término utilizado por nuestro colega para esta nueva “raza de periodistas” fue Sex and the city” y a mi me encantó. Cierto, andamos entaconadas todos el día y sudamos poco (cuando trabajamos), pero si llegara a suceder esa fatalidad están MAC o Clinique para solventalo. Sin embargo y para ser realista, estas veteranas nunca le han tenido miedo a patear la calle y por eso llevan siempre un par de zapatos adicionales para las “emergencias”, en las que hay que ir al mercado de Quinta Crespo, a alguna protesta por cierre de una banco, a un megamercal o a una rueda de prensa del ministro de alimentación en Las Adjuntas. Juzguen por los resultados que se ven de inmediato o al día siguiente….

Marielisa dice que quiere tener mi ego. Yo digo que quiero ser tan bella como Marielisa y Ginette nos mira y no nos dice nada. Cómo nos va a decir si ella lo tiene todo? Hay una regla explícita entre las tres. Solemos salir, y bastante, pero cada vez que entramos juntas, Marielisa y yo nos quedamos atrás. Es muy duro tener que aguantar la humillación de que aquella escultural mujer alta, de sonrisas cautivadoras y piernas de diosa atrape las miradas masculinas.

La única vez que se quedó detrás fue al tratar de salir de un ascensor. La puerta se cerró y tuvo que esperar 18 pisos para poder bajar, No se si ha habido un evento en el que Mary y yo nos hemos reído tanto. Cuando logró salir de elevador, impávida sólo nos miró y dijo: "Entiéndanme, estoy en estado OM, nada me afecta”.

Cuando estamos juntas no nos alcanza el tiempo para echarnos todos los cuentos. No sólo cubrimos la misma fuente, sino que si hay alguien externo en la conversación de nosotras no entienden nada de lo que hablamos. Lo hacemos con una seguridad que casi casi parecemos economistas. De hecho, nos burlamos de los doctores en economía que suelen llamarnos para que nosotras les expliquemos qué está pasando.

Amamos el periodismo. Ellas dos son unas duras en televisión. La Gine lo complementa con la radio y yo soy el bicho raro que escribe sobre los que ellas hacen pero en versión de segundo día y en hojas de periódico.

Las tres conocemos la vida personal de cada una. Los avances, retrocesos, travesuras, aventuras y amores. No nos escandalizamos con nada y juramos sernos leales pase lo que pase, luego de un episodio doloroso que una de las tres debió vivir con una vieja amiga. La regla de oro: No juzgar a la otra:

Si, ya estoy en una etapa de la vida en la que no le dejo la elección a la casualidad, y si es necesario desterrar amigas entrañables, lo hago. A veces se los digo de frente, otras ni vale la pena. Es mi aprendizaje interior y una de las condiciones para no guardar rencores y tratar de mantener lo más valioso que tiene la amistad: La lealtad.

Marielisa es una gran vaciladora en su estilo de top model petit. Hace un tiempo puse en el Twistter un comentario sobre el Opus Dei, nada favorecedor por cierto, y la malvada se dio el gusto de enviarme un DM diciéndome: Ahhh claro a ti los que te gustan son los del Loyola…Casi, casi despierta mis instintos asesinos.

Gine es capaz de escribir por bbpin desde las 11 de la noche hasta las tres de la mañana, en conferencia con Mary y conmigo, y por supuesto que leemos hasta la última coma. Si no es para eso, entonces ¿para qué están la amistades? Nada que una doble capa de corrector de ojeras y café negro cargado no pueda solucionar en la mañana.

Hace unos meses me fui de viaje por largo tiempo. Gine estuvo presente todos los días a través del correo electrónico. Le iba contando cada detalle de mi periplo. Mis reencuentros con amores viejos y no tan viejos. Fue mi chamana secreta por semanas y me aconsejó en un viaje muy enriquecedor. en el que hice contacto con antiguos dolores internos y otros sorpresivos ligados a la amistad. Cuando pisé tierra venezolana, me abrazó. Ella y Marielisa me ayudaron a desenredar la telaraña y a entender la secuencia de ese maravillosos crecimiento espiritual que había vivido.

Las tres somos mujeres fuertes y duras pero cuando alguna llora por desamor, decepción, tristeza o stress a las otras se nos arruga el corazón. Gine y yo solemos proteger a Mary, no sólo porque es menor sino porque el Gobierno se ensañó con su escuela, su lugar de trabajo y lo cerró de manera vil. Frente en alto, le aconsejamos. Ya vendrán tiempos en los que la luz dentro de las conciencias aparacerá

Una vez la encontré sentadita en el suelo en la entrada del Ministerio de Finanzas. Le pregunté que qué hacía allí, y me contestó: “es que al canal no lo dejan entrar”. Le dije: ¡Levantate!. No recuerdo cuántas palabras subidas de tonos dije por el celular, pero 5 minutos después estábamos las dos arriba en la rueda de prensa.

Algo similar sucedió cuando no me dejaron entrar a un acto en el Ministerio de Finanzas, y cuando el alto funcionario pregunto por mí, Gine le contesto desafiante: “bevavera no está porque el ministro dio la orden de que no entrara”. Si alguien se mete con una, se mete con las tres, y a este trío de mosqueteras se une una cuarta ciertos días: Graciela Beltrán Carias.


El rostro de Graciela es infantil, tiene una piel radiante. Me recuerda eso que dicen de que la gente se ve por fuera como realmente es por dentro. Fue Ginette quien me la presentó y desde la primera vez que la ví, la escogí como amiga. Sin embargo, no sabía que confiaría en mí para que sorpresivamente en algunas ocasiones sus productoras hagan sonar mi teléfono, y cinco minutos después deba explicarle a su audiencia radial temas tan intrincados como los vericuetos del Gobierno para no dar divisas a los venezolanos. Cuando tranco el celular siempre pienso: Dios, ¿lo habré hecho bien?

Graciela tiene la bendición de contar con un hombre maravilloso en la vida, y lo digo porque es capaz de aguantarnos a la tres. Ha sido testigo de nuestros corazones rotos cuando lo han estado, aguanta nuestro vocabulario subido de tono cuando nos referimos a hombres pocos caballeros y es capaz de ver cómo alguna usurpa la identidad de la otra a través del Blackberry, cuando algún hombre se las da de galán y comienza a atacar. En 20 segundos queda estrellado a través de ese maravilloso invento que llaman bbpin. El señor Carlos soporta nuestras hormonas como un hidalgo. Eso sí, que no se meta con el Ipod de Marielisa porque se arma el lio.

Podemos cantar, bailar y brincar hasta agotarnos. Es nuestra mejor terapia, siempre supervisada por el señor Carlos y otros invitados frecuentes. Lástima que no lo hagamos tan seguido.

Mary, Gine, Graciela y yo nos acompañamos en la tristeza. Mi casa es ese “Albergue de las mujeres tristes” que describe la autora Marcela Serrano, pero no le tenemos miedo a la depre porque sabemos que es crecimiento espiritual, es escuchar hacia adentro.

Nos admiramos mutuamente y nos respetamos. Somos además gremialistas. ¿Cómo no serlo si todas soñamos con defendernos mutuamente y creemos que los cambios sí se logran? Esas y muchas otras virtudes son las que mantiene los hilos de nuestras almas atados.

Ahhhh sobre Sex and the city 2, Bueno, se generó una fuerte trifulca interna en pleno restaurant árabe. Al final hubo algo de humo blanco cuando quedamos en que ninguno de los personajes era puramente la esencia de alguna de las tres, aunque hubo otros aspectos que fue imposible negar y que, por supuesto, no revelaré.

martes, 20 de abril de 2010

Sex and the city



A Roselena Ramírez y Vicglamar Torres

Yo no entendía cómo mi amiga Roselena era capaz de invitarme a ver una película como Sex and the City. Ya le había dicho que nunca había seguido la serie, que no me gustaba Sara Jessica Parker y que estábamos nada más y nada menos que en Washington, una ciudad rodeada de cherry blossons, en donde lo que menos piensas es en desperdiciar tu tiempo yendo al cine. La tapa del frasco fue que tuviera los “riñones” de reconocer que ya la había visto.

Fue cuando entendí que debía haber algo más allá para que me hiciera tan inusual invitación, y a mi simple por qué, contestó como suele hacerlo ella: directo y sin anestesia. “Es que me recordó la amistad que tenemos Vicgla, tu y yo”.

Una semana después de la boda de la negra Vicgla con Antonio, su voz me hizo saltar del sofá-cama. “Blanca acompáñame al mercado”. Yo le dije: “Ve tu que estoy en pijama”. Ella insistió. Yo la miré y le dije en mal tono. “Me vas a hacer vestir para ir al mercado que queda a una cuadra”.La negra apretó los dientes y me lo repitió por tercera vez. Upss, algo estaba pasando, pensé. Ocho meses después nacería Samuel, mi ahijado y hermano de Gabriel.

Mis dos mejores amigas no viven en el mismo país que yo. Pero es imposible esconderles algo aunque no me vean. Vicgla es capaz de encontrarme si estoy de contrabando en un nigth club de Nueva York. “Blanca Vera ¿qué haces tu aquí?” Rose me da sorpresas en la vida con sólo abrir la puerta de su casa.

La primera vez que vi a Vicglamar fue justo al lado mío. Acababa de llegar de Praga de hacer una maestría y ni siquiera sabía su nombre. Para entonces yo era la reportera que cubría el extinto Congreso y aún no me acostumbraba a lo caótico que puede ser un periódico. Lo peor era que tenía que compartir mi teléfono con ella. Tan pronto se sentó, me miró y me dijo con esa voz suave, dulce y aniñada. “Hola, soy Vicglamar Torres”.

En ese momento la mente me voló como un cohete. No podía ser ella. En mi imaginario Vicglamar Torres era una cotizada y entrada en años periodista de El Universal, formada nada menos que por Sofía Imber y a quien leía desde aquellos tiempos universitarios en los que ni siquiera tenía idea de que los viernes en las redacciones se toma licor.

Roselena llegó a esa mágica redacción de El Globo poco después, como pasante; como llegamos todos pues. No como Vicglamar que aterrizó en una redacción ajena escribiendo como una diosa. Rose venía siempre a pie. La primera imagen que registro de ella es acercándose a mi en la entrada de la redacción de Maripérez, saludarme tímidamente vestida con un blue jean y un cuello tortuga crema, y pasar casi desapercibida a cumplir con su pauta del día. Para entonces yo ya había transitado algo en mi vida profesional en las páginas de economía y política. Ella llevaba encima dos carreras previas. Recuerdo que me llamó la atención por su cabello largo y sus ojos aceituna.

Hoy todavía me pregunto cómo Vicglamar se hizo mi amiga, luego del chasco ocurrido –gracias a mi imprudencia- en su segundo día de trabajo. Sonó el teléfono, ese mismo que hasta ahora había sido sólo mío pero que ya no lo era. Amablemente le dije a esa voz que salía por el auricular que ella no estaba. Fue cuando entonces me dio su nombre y quedé en shock: Era uno de esos con los que se tropieza la gente por la vida y cuyo prontuario era de mi conocimiento gracias a fuentes fiables de TERCERA mano.

“Te llamó fulano de tal. Mosca con ese tipo que es un galápago”, le dije apenas la vi, como si le estuviera dando el consejo de su vida. “¿Ahh si?”, me dijo ella con ese tono dulce que, con los años, he entendido que a veces puede ser histriónico. “¿Y de dónde lo conoces?”, me preguntó, y yo arranqué a hablarle mal del tipo. Una vez finalizado mi juicio con veredicto incluido y todo, ella me miró con sus profundos ojos negros y me contestó: “Uao, bueno, en realidad lo conozco porque es mi novio”.

No importó. Algo sucedió que pocas semanas después las tres nos sentábamos juntas en línea. Y el entonces jefe de la sección de política de El Globo gritaba. “A esa cuerdita me las separan ya”. Dócil no era ninguna. Tres huracanes temperamentales que –por supuesto- se negaron a separarse. Desde entonces las risas no pararon y había días en que el jefe –el mejor de todos- Heberto Castro Pimentel, tocaba con el puño el vidrio de su oficina para hacernos callar. Hacíamos caso. Seguíamos riendo pero bajito.

Mientras veía la película recordaba distintas etapas de la vida de las tres. Escuchaba que Rose sollozaba y la garganta se me iba trancando. Una pena de amor le había tumbado el cielo encima a la protagonista. En susurros Rose me dijo: “¿Ves como las amigas le dan la sopa a Carrie?, eso me conmueve”. Yo no pude responderle porque ya estaba llorando. No llorábamos por la película, sino por lo conmovedor que resultaba para las dos el hecho de que frente a nosotras se reflejara lo inseparables y solidarias que siempre hemos sido en momentos complicados.

En esos en los que el cuerpo se nos enfermó y nos cuidamos mutuamente; en aquellos en los que los enfermos fueron los corazones y nos encargamos de resucitarlos. En tragedias en las que los ríos nos arrastraron y los brazos nos mantuvieron a flote. Todos los laberintos emocionales y psicológicos los hemos atravesado juntas. Confidentes a toda prueba y sobre todo incapaces de juzgarnos. Callamos, escuchamos y entendemos. Ese ha sido siempre nuestro contrato sagrado.

Somos capaces de hacer las cosas más inverosímiles con tal de complacernos unas a otras. Como aquella vez que tuve que ponerme un vestido rosado para una de las bodas de la Vicgla con un lazo -también rosado- atrás. Ocasión para la que llegamos Rose, Seth (su ahora esposo) y yo desde DC a New Jersey 15 minutos antes, sin estar maquilladas ni arregladas, con el agravante de que éramos las madrinas.

Es que con Vicgla todo siempre ha sido apurado. Por una u otra razón siempre estamos tarde. Ni hablar de su primera boda, festejo que con ayuda de Rose se montó en dos semanas. Nos lleva dos hijos de delantera, sigue escribiendo como los dioses desde NY y no para de estudiar. Sus frases célebres como “burro enzapatado” y “a la gente se le ven los libros que ha leído cuando camina”, han pasado a ser parte del vocabulario de Rose y mío.

He de advertir que cuando reclamé por el vestido rosado me tuve que callar. Más de 10 años después me enteré que los “diseños” que usaron ellas en mi boda estaban mal hechos y se iban descociendo a medida que caminaban. Busqué las fotos que sobrevivieron a la fogata que armé en mi casa como ritual expiatorio, una vez que decidí divorciarme, y comprobé que era cierto. ¡Estaban casi desnudas! Pero más impresionada quedé con la cantidad de oro que esas locas se pusieron encima. Con razón los trajes no lucían!

Ser un verdadero amigo es un acto de voluntad. Es una elección, pero no es sencilla. Se debe aceptar y respetar al otro tal y como es. Representa todo un ejercicio de tolerancia. Es un acto de amor.

Rose, Vicgla y yo somos muy distintas. Juntas hacemos un tricolor de pieles. Una es llanera, la otra guaireña y yo de Caracas. El significado de lo que es la verdadera solidaridad lo he aprendido con ellas. Nos regalamos desde libros hasta polvos de maquillaje. Una le seca el pelo a la otra; mientras la tercera discute la semántica de un título con una pinza de cejas en la mano. Roselena es tecnológica. Para mí es imposible dominar uno de sus “devices” que siempre acaban con mi paciencia analógica. La negra es astuta, y tiene clara sus prioridades. Puede estar echándote un cuento y al mismo tiempo tener a Gilberto Santa Rosa esperando en la línea. Yo, todo lo rebusco y le saco el análisis económico. ¡Así somos!

Nuestros cónclaves, que en los últimos años suelen ser in the Big Apple, son conversaciones sinceras. Ellas son mi balance. Como buena librana lo que menos tengo es equilibrio. Ellas me centran. Saben cuáles han sido mis temores, mis dudas, mis equivocaciones. Celebran mis éxitos de una manera que me conmueve. Pero sobre todo son fieles y pacientes. Han sido capaces de guardar secretos por años para no herirme.

Ellas se dan cuenta antes que yo cuándo un hombre me cuadra y cuándo no. Saben incluso mejor que yo cuándo he estado realmente enamorada y cuándo ese amor ha sido sólo un disfraz. Conocen mis Hades y mis Olimpos. Yo suelo entregarles mi corazón para que lo ausculten y me digan que ven. Como lo hice hace pocas semanas, cuando el amor me rozó suavemente.

Si, tenemos y tendremos diferencias, pero la prudencia hace que nos preservemos. No hace falta decirnos nada; las miradas y los silencios son suficientes cuando alguna reprueba algo de la otra. La vida ha sido generosa con las tres y tenemos plena conciencia de ello; quizá por eso la risa nos brota fácil y nos burlamos despiadadamente del pasado. Vivimos al día, reconocemos lo momentáneo de la felicidad, y sobre todo nos hemos atrevido.

Hoy me levanté con una sensación de vacío. Sabía lo que era. Es por haberlas tenido cerca durante siete semanas y no acostumbrarme a sus ausencias. Como se que eso me sucede cada vez que las veo, me retraigo y pienso en lo felices que son.

Sólo pido disculpas porque siempre cierro la puerta de sus casas y me voy sin avisar. Es que no soporto abandonarlas.

martes, 16 de febrero de 2010

Del Hades, camino al Olimpo

Nos cuesta hablar de lo que nos afecta profundamente. De aquello que nos duele más abajo del estómago, de lo que nos hace doblar nuestro cuerpo por completo y nos corta la respiración.

Lo que nos apretuja el corazón y hace que de nuestros ojos broten lágrimas y gritos desconsolados. Eso es el lacerante dolor del desamor que los seres humano por -distintas razones- experimentamos una, dos, o varias veces en la vida.
Un dolor así no puede ser vivido muchas veces; su intensidad es tan grande que puede enfermar nuestro cuerpo. Pero nos hemos preguntado ¿Cuál es la razón de su existencia?

Los antiguos griegos pensaban que algunos dioses y semi dioses sólo podían encontrar la sabiduría necesaria para hacerse mecedores del Olimpo bajando al Dios de la ultratumba: Hades, también conocido como Plutón en la mitología romana.

Allí, en ese macabro lugar nos encontramos con el inconsciente y nos revisamos hasta el punto más profundo de nuestro ser. El cuerpo se recoge, como los animales que se retiran a las cuevas cuando han sido heridos, hasta que llega la sanación. Sólo el dolor nos puede impulsar a ese recogimiento que la ciencia llama depresión.

Hay hombres y mujeres que sintieron grandes dolores cuando niños y no han podido superarlo de adultos. Llevan años deprimidos y se esconden tras una vida convencional, risas, bromas y trabajo. Pero en el fondo no hay luz sino oscuridad. Sin embargo, No podemos ser jueces porque salir del Hades requiere de una gran fuerza espiritual y psicológica y no siempre podemos afrontar todo aquello solos.

Hace algunas semanas salí a cenar con un antiguo amor. De todos, creo que ha sido uno de los que más me ha marcado por la gran comprensión que tuvo hacia una personalidad tan complicada como la mía. El suyo era un amor imposible. Sí imposible, de esos a los que uno se aferra con más intensidad. Tan grande fue que la única salida posible resultó ser mudarse al exterior.

Experimenté en aquel entonces algo nuevo: Cuando me levantaba en las mañanas sentía que me iba a morir. Luchaba y luchaba contra esa sensación y no lograba quitármela de encima.

Gracias a Dios existe eso que hoy en día las jóvenes profesionales llamamos “Coaching”; y la mía resultó ser toda una intelectual de primera. Joven, educada en Inglaterra y retadora. Perfecta para mí. El diagnóstico fue sencillo: “Blanca, estás deprimida”.

Confieso que no lo podía creer. Pero como Dios escribe derecho en renglones torcidos, y yo soy una de esas mortales que decidió vivir la vida a plena conciencia dije: Okey acepto el reto: ¡Me voy al Hades!

Dure mucho tiempo allí dentro, incluso otra relación llegó y yo seguía en el Hades. Ufff no fue fácil, pero el descubrimiento de uno mismo es la verdadera tarea que hay que hacer tarde o temprano. Y lo digo sin tono de libro de autoayuda.

¿Cosas que les puedo confesar? Algunas, como por ejemplo el excesivo empeño por ser autosuficiente, por culparme, por querer proteger a todos los que están a mi alrededor sin pensar en mi. La impaciencia que me conduce al mal humor. Un afán perfeccionista que no me deja en paz y ese empeño de querer ser ambulancia de todas las parejas que he tenido. No hablo más !

Noooo, no todo lo arreglé, para eso todavía tengo el resto de la vida. Pero logré una conciencia más clara y sobre todo entender las verdaderas razones del miedo y del dolor.

Mientras hablaba con esta ex pareja me daba cuenta de que su situación no había cambiado. Estaba en el mismo sitio emocional pero en otro país, con un dolor encubierto en éxitos laborales, pero con la mirada triste y el corazón congelado. Atado por las responsabilidades, abrumado después de tres whiskies. Allí me di cuenta que desde hacía mucho tiempo él estaba a kilómetros de distancia de mi alma.

Lo comprendí y no lo juzgué. Todos entendemos claramente que a veces las piezas en la vida se nos mueven y los imponderables se presentan de frente haciendo que el corazón se nos salga del pecho. Cuando menos los esperamos nos damos cuenta de que ese imponderable nos seduce, nos atrae, nos da placer.

Pero el miedo se hace presente como antesala al dolor; nos frenamos y viramos la mirada a la realidad escogida. Allí -en apariencia- estamos protegidos. El saldo lo veremos durante la vejez.

Hace poco tiempo, una gran amiga a la que todas imaginábamos feliz y plena colapsó, lloró y confesó que nunca había sido feliz, sólo lo aparentaba. Como si no fuera suficiente, otra de las presentes dijo que ya no amaba a su marido, que lo quería pero que solamente la unían a él los hijos, y que constantemente pensaba en cómo serían sus últimos años al lado de un hombre que respetaba, que quería pero al que ya no amaba.

Las demás las abrazamos solidariamente porque sabíamos que sentían un profundo dolor, y más aún, estaban viviendo el miedo a cambiar esa condición de comodidad que las rodea. No juzgamos, sólo escuchamos y nos solidarizamos con ellas.

Tuve que levantarme antes que las demás para irme, y mientra agarraba mi cartera, una de ellas me dijo: “Hey BEVA, te envidio. De todas nosotras eres la que más tranquila se ve, la que ha vivido la vida plenamente”. En ese momento sólo pensé en mi papá que ha sido mi gran ángel guardián, callé, la miré y le sonreí.

Mientras caminaba hacia el carro me di cuenta de que hacía mucho tiempo que había salido del Hades, y que me encontraba dirigiéndome hacia el Olimpo. Cerré la puerta y tomé conciencia de que todo ser humano herido debe tener el valor de auscultarse a sí mismo, aunque produzca un miedo escalofriante.

Mirar de frente el lado oscuro es la única manera de resucitar como el Ave Fénix. Esa es una lucha diaria.

miércoles, 13 de enero de 2010

Un pequeño periplo por la ciudad de mis ancestros

Al poeta Dionisio Aymará (Jorge Azaf), mi segundo papá

Era un apartamento pequeño en la Santa Mónica de mi niñez, donde pasaba noches enteras comiendo comida vegetariana a regañadientes y escuchando los acordes que mi tío tocaba en su guitarra. Eran conciertos enteros dedicados nada más para mí. Mis pies apenas llegaban al suelo cuando me sentaba en es ese sofá beige a escucharlo; mientras mi tía Mélida se empeñaba en el torno en darle formas a las cerámicas que creaba con sus propias manos.

Solía ver una postal puesta en un espejo de la sala escrita mitad en hebreo y mitad en árabe. La había enviado el para entonces joven poeta y escritor Alejandro Bruzual, hebreo de ascendencia, y uno de los mejores amigos de mi tío Jorge, quien también tenía ascendencia pero árabe.

Aquellas formas que me parecían más bien geométricas y que obviamente no entendía, me las explicaba Jorge Azaf, quien como buen agnóstico no creía en las diferencias religiosas, y si le tocaba ir a misa -por compromiso- se sentaba en el último banco y me llamaba a mí para que lo acompañara.

Cuando fui más grande me atreví a entrar en su gran biblioteca llena de libros y polvo. Allí conocí los nombres de poetas, escritores -buenos y malos, según el criterio de mi tío. Y cuando tuve quince años encontré -hurgando entre las repisas- una sorpresa: Era la primera edición de Cien años de Soledad de Gabriel García Márquez. Mi tío -como buen comunista desprendido- me lo regaló. Es el mayor tesoro que hoy en día tiene mi biblioteca, una de las hermosas herencias que me dejó mi segundo papá.

Aterrizando hace algunos días en el estado Táchira, sentí que el corazón se me oprimía. La cercanía con mis ancestros ya inexistentes en este mundo, tomó mi alma. Veía aquella vasta tierra a la que un sirio de Alepo llegaría a finales del siglo XIX huyendo de la guerra y la miseria. Era Jorge Trak, un hombre pequeñito con unos lentecitos redonditos que nunca aprendió a hablar bien el español, pero que enseño a toda su estirpe el arte del comercio. Su imagen la llevo grabada de un pequeño retrato que mi abuela Salma, su hija mayor, tenía colgado en su cuarto.

Su primo Rafael Azaf vendría a esas tierras años después y se esposaría con mi abuela Salma. Entre Cúcuta y San Cristóbal se asentarían los negocios de unos árabes a los que todos llamaban turcos.

Él abuelo Rafael me regaló dos brillantes cuando nací. No lo conocí, pero en las fotos puedo ver la hermosura de su rostro y la elegancia de su complexión.
Mi madre, quien al igual que yo lleva dos nombre: Blanca e Eugenia Asaf (con s) Trak lo sigue adorando.

Una pequeña carta amarillenta se topó conmigo hace algunos meses. Estaba escrita a mano en un perfecto español. Con una caligrafía envidiable para alguien cuyo alfabeto sigue siendo extraño para mi. Era una carta a mi madre, escrita en los últimos años de la vida del abuelo. Estaba cargada de angustia pero también hacía un llamado al amor de una hija que nunca se lo negó. Para entonces vivía en Cúcuta, Colombia, donde hoy descansas sus restos.

Mi tío Augusto Azaf me explicó que el abuelo hablaba cinco idiomas, era un hombre que amaba la cultura y los libros. Como todo inmigrante debió renunciar a sus pasiones y buscar la manera de sobrevivir.

La frustración no lo abandonó nunca y su alma no consiguió el camino que quizá buscaba pero sabía que contaba siempre con el amor incondicional de una de sus hijas. Los Azaf tenemos mucho de él y le doy gracias a la vida por haberlo traído a estas tierras desde Damasco.

Cuando estaba en San Cristóbal respiraba su olor, sabía que ya no es la misma ciudad donde nació mi madre y que no queda nadie de la familia cercana allí. Pero recordaba que mami me contaba que mi abuela Salma había sido la directora de la Casa de la Lectura. Aquella mujer alta, con rasgos árabes, elegante y amable atendía a los que luego serían los grandes intelectuales trachirenses de esta gran nación.

Cuando murió su madre caminó tras el féretro con un sobrero de malla cubriéndole el rostro y unos tacones negros muy altos, como si enfrentara la muerte de la hacedora de sus días con la dignidad que la otra le había enseñado.

Ella como buena hija de árabes prefería a los varones de la familia. Yo le tenía un poco de miedo pero reconozco que le debo ser tan coqueta, y sobre todo el amor por usar las uñas pintadas. Cuando me hablaba me sentía feliz porque me tomaba en cuenta y a los 10 años tuve la certeza de que me quería porque diseñó el vestido de mi primera comunión.

Debo confesar que uno de los complejos que más me acompañó cuando era pequeña era que me dijeran que no me parecía a mi mamá. Mi madre en tamaño pequeño, es hermosa. Me quedaba hipnotizada cuando la veía pintarse los labios al lado de la ventana de la casa donde nací.

Pero cuando cumplí 17 años todo cambio. ¡Dios existe, dije! el gen árabe se me disparó y aunque nunca he sido tan preciosa como mi mamá, no me puedo quejar.
En San Cristóbal hay una esquina que se llama la de los poetas. Pregunté por ella y aún lleva ese nombre coloquialmente. Es en honor a cuatro jóvenes que se reunían allí a declamar poemas y uno de ellos era Dionisio Aymará.

Ese mismo quien me regaló el libro más querido de mi infancia “Cuentos de Guane”, y al que solía preguntarle: ¡Quién es tu sobrina favorita? Y el respondía: “Usted”. Era a él a quien le obligaba a escribírmelo en las dedicatorias de la decena de libros que me regaló.

George, aunque se que no creías en el cielo, allá nos veremos algún día.

miércoles, 6 de enero de 2010

Mi primer y único amor a primera vista

El siguiente, es un relato netamente femenino. Estoy convencida de que un hombre no pasaría del primer párrafo, pero como yo escribo por placer y este es mí blog, la siguiente historia se la dedico a las mujeres y a mis amigas.

Una tarde regresé más temprano de la universidad en la que estudiaba en Londres a Oxford, donde vivía, formalmente casada, por cierto. El motivo: Una cena en la que suelen reunirse ciertas personalidades “importantes” que tienden a escoger a las universidades élites como refugios para discutir issues a veces algo aburridos y luego plasmar en el curriculum que estudiaron allí. Sin embargo, aquella ocasión lucía tentadora porque los anfitriones eran gente muy querida.

Recuerdo que ya era primavera. Me cambié al llegar de la estación del tren y me puse un traje largo negro, medias y unas botas de esas que llaman “posh”. Usaba el cabello muy largo algunas veces en una larga trenza pero ese día decidí dejarlo libre, y al montarme en mi bicicleta sentía como se iba desordenando. Que sensación tan divina!
Iba a tiempo, y había quedado en encontrarme en el lugar con el que para entonces era mi esposo.

La reunión era en casa de un ex pacificador de un país centroamericano, que obviamente no nombraré y a la que también asistiría un hoy presidente latinoamericano -al quien tampoco nombraré- y un estudiante que actualmente es vicepresidente de otra nación de América Central y que menos nombraré. Todos amigos y gente de confianza. Cuando se vive en el exterior, el futuro es incierto y todos somos más o menos iguales. Con el tiempo, las cosas van cambiando. También había un grupo interesante de estudiantes de postgrado con quienes compartía casi a diario en la que era mi casa.


Mientra mi pie derecho empujaba el paral de mi bicicleta y amaraba el candado a una cerca, me distrajo la figura de un hombre muy alto, de cabellos desordenados y ondulados, barba y una mirada tan penetrante que traspasaba los lentes que llevaba puestos.

Recuerdo que algo me pasó y la distracción fue tal, que no atinaba meter la llave dentro del candado, lo que obviamente me hizo sentir toooorrrpeeee. Aquel hombre me miró fijamente y se acercó directamente sin vacilar. Apenas estuve de pie me ofreció ayuda para PONER EL PICHE CANDADO, lo que me dio inmediatamente a entender que el tipo desde el primer momento se había dado cuenta del efecto que había creado en mí.
“Eres latina verdad?”, me preguntó en inglés.

En ese momento el resto de la gente desapreció, pero no de cuerpo físico sino de mi atención. No podía creer que aquel príncipe se sonriera irónicamente y me preguntara cómo me llamaba. Me miraba directamente a los ojos como todo un seductor y lo confieso: Me derretí.

Luego de darle todo mi perfil profesional y estudiantil, noté que estábamos bastante alejados del grupo y muy cerca el uno del otro. Allí me di cuenta que debía hacerle alguna pregunta. El fantástico resumen fue el siguiente: Era sociólogo y economista, estaba haciendo su post doctorado y su tesis era sobre los procesos de pacificación en América Central. Era perfecto, ya me quería casar con él….Pero por Dios ya estaba casada!

Como si no hubiera sido suficiente me contó que había sufrido tres veces de paludismo y que por años había visitado asentamiento guerrilleros para estudiar si realmente estaban ideologizados o narcotizados, obviamente le fue fácil descubrir lo segundo.

Hay momentos en que se puede sentir que tienes al hombre perfecto al frente. Este era un soñador que pretendía cambiar al mundo, así como yo en esa época. Que vaina esto de ser periodista y creer que todo se puede.

Su acento. Dios mío! Recuerdo que hablaba con esa voz ronca y seductora que me llevó a preguntarle de que parte de Argentina era. El sonrió, me miró de nuevo fijamente y me dijo: No soy argentino, soy alemán.

Ya allí sentí que me mareaba de tanto amor. Un alemán hablando perfecto castellano y con acento argentino. ERA DEMASIADOOOO!!! Me acababa de enamorar. No me importaba nada. Hubiera dejado todo y me hubiera ido con él.

La conversación fue tan amena y nunca dejamos de mirarnos a los ojos. Fueron 20 minuto de gloria para nosotros nada más, en los que me sentí en la eternidad!.

Pero…. justo en ese momento de máximo sopor amoroso, sentí a lo lejos que alguien me llamaba por mi nombre, cuando me di cuenta tenia al que era mi esposo a mi lado.

Se me vino el mundo abajo. Se me había olvidado que él existía. Recuerdo claramente que bajé la cabeza y se lo presenté. Su rostro cambió totalmente, y no volvió a mirarme durante las tres horas que duró aquella velada.

Meses después caminaba por Corn Market, la calle principal de Oxford. Venía tomándome un chocolate caliente y leyendo un paper para un examen. Lancé el vaso en uno de esos recipientes que los ingleses acostumbran a llamar Litter y mientras me secaba un poco el pegoste de la mano en el abrigo, sentí que alguien pasó a mi lado y me rozó sensualmente la mano.

Me estremecí del susto. Era él. Me paré en seco pero él no se detuvo. Lo ví alejase; mientras su abrigo jugaba con la brisa y sentí un dolor muy fuerte en el corazón.

Han pasado muchos años y no se imaginan cómo le he agradecido a la vida ese amor a primera vista. Así quedó, platónico, difuminado en el tiempo. Era el amor perfecto de una periodista muy joven e idealista que se tropezó por un día con un héroe verdadero, y que por minutos me hizo perder la cabeza. Que viva La vida!

martes, 5 de enero de 2010

Los fantasmas de la ciudad de Oxford

En 1998 llegué a vivir a la ciudad de Oxford, Inglaterra, como acompañante del que para entonces era mi consorte. Aquella ciudad milenaria me cautivó desde el primer momento; no sólo por su belleza arquitectónica, sino por sus vidas presentes y pasadas.

Oxford es una ciudad de la que te enamoras para siempre. A mí me trató con gentileza, y debo confesar que me aproveché de mis experticias periodísticas para colarme en las clases magistrales del Saint Antony´s College, donde fui muy querida.

Este texto lo escribí hace nueve años para la Revista Primicia, editada por El Nacional, que en aquel entonces estaba bajo la jefatura de mi amigo Rafael Osío Cabrices.

Hoy lo reedito un poco para compartir con ustedes un aspecto poco cartesiano de ese recinto universitario. Es más, me atrevería a decir que es su perfil esotérico.


El primer recinto erguido en la ciudad de Oxford corresponde al monasterio fundado en el siglo VIII DC por St Frideswide, patrona de la ciudad. Fue una princesa quien decidió consagrar su vida a Dios, desobedeciendo la orden de su padre de “ofrecerse” como esposa a un joven aristócrata.

Frideswide huyó y se asentó en las riveras del río Oxon, un lugar apartado donde se asentaron diversas congregaciones dedicadas a la devoción, la contemplación y al estudio.

Hermanas, monjes y sacerdotes fueron los precursores de lo que hoy se yergue como una de las ciudades más hermosas de Europa que arropa a la universidad más prestigiosa del mundo. (que me perdonen esta blasfemia los de Cambridge).

Cientos de historias, personajes y anécdotas forman parte de esta ciudad universitaria. Particularmente en Verano miles de guías turísticas se empeñan en mostrar a los curiosos turistas los maravillosos lugares que inspiraron historias como “Alicia en el país de las maravillas” y las aventuras de Harry Potter.

Aunque es una city netamente estudiantil, en la que se percibe el estrés de cientos de jóvenes rodando en bicicletas cargados de libros y dedicando largas horas de lecturas en las bibliotecas de sus Colleges, existe una faceta de la ciudad poco conocida por residentes y visitantes: Su vida fantasmal, que paralela a la real, ha transcurrido día a día por los siglos de los siglos. Un detalle para los creyentes pero también para los agnósticos.
He aquí algunas historias que escuché a lo largo de mis años vividos en esa antigua ciudad.

Una oscura tarde de invierno de 1965, durante su rutina de ensayos diarios, el organista de la capilla de Trinity College notó la extraña figura de una joven mujer vestida de gris caminando muy despacio a lo largo del ala central. Su caminar era tan lento que más bien parecía levitar; mientras mirada plácidamente al organista.

La figura desapareció y el organista sin darse muchas explicaciones a sí mismo decidió dar por terminado su ensayo. Una vez dentro de su dormitorio, quiso relajarse un poco; tomó un libro y al momento de sentarse reconoció la figura tenue que antes había visto en la capilla, en una pequeña fotografía de su madre colgada en la pared.

Explicaciones sobre el caso parecen sobrar. Verdad o mentira los relatos están allí para quien los quiera creer. Sin embargo, el consenso existe cuando alguien se refiere al extraño olor que en algunas ocasiones enrarece el ambiente de la Capilla de Trinity College.

Broad Street, fue escenario de unos de los más sangrientos y significativos episodios que escriben la historia de la iglesia anglicana. Al comienzo de la calle una gran piedra en el suelo está marcada con tres cruces que sirven como recordatorio de la quema de los obispos mártires protestantes: Cranmer, Latimer y Ridley.

Ejecución que se llevó a cabo en 1555 por órdenes de la Reina María, hija de Enrique XVIII y Catalina de Aragón, quien en su afán por devolverle a Inglaterra la religión católica pasó a la historia con el nombre de “María la sangrienta”. A su salud el "bloody Mary".

Los obispos mártires acusados de herejes, sufrieron una muerte lenta y despiadada, cuando la lluvia azotó los cielos de Oxford e impidió que las llamas consumieran sus cuerpos. El martirio fue tal que las víctimas a gritos pedían piedad para que las llamas fueran alimentadas y poder consumirse aliviando así su dolor, cuenta la leyenda.
Balliol College fue fundado en 1283 y reconstruido en Broad Street a finales del siglo XIX. Justo al frente del memorial de los mártires. Sus grandes paredes albergaron por muchos años al escritor Graham Green. quien, al igual que los demás estudiantes que han vivido en el recinto, conoció los relatos sobre gritos de auxilio y piedad que en no pocas ocasiones suelen escucharse a lo largo de la calle, y que sirven para recordar de vez en cuando el sufrimiento de los fundadores de la iglesia anglicana.

¿Quiénes son?

En 1669 fue inaugurado el “Sheldonian Theatre” para que sirviese como escenario de las ceremonias de bienvenida y de graduación de los estudiantes, quienes desde entonces atraviesan toda la ciudad vestidos con toga y birrete. Esta construcción semicircular al frente, rectangular por detrás y con una cúpula octogonal, luce imponente y forma parte del corazón de la ciudad.

Su estilo típico del siglo XV se ve interrumpido por siete rostros de mirada penetrante que cercan la entrada del recinto. La ciudad no tiene memoria de quiénes son y desde cuándo están allí. Sus rostros serios denotan un estilo romano poco convencional. A lo largo de los siglos han sido objeto de varios estudios históricos con resultados infructuosos. ¿Son filósofos o emperadores? Nadie sabe. Ellos forman parte de los misterios que rodean la ciudad.

Siguiendo Broad Street y cruzando a la derecha encontramos la “Bodleian library”, una de las más antiguas e importantes bibliotecas de todo el mundo. Su fundación comenzó con la donación de la biblioteca privada de Lord Humfrey, Duque de Gloucester (1341-1447) durante el reinado de Eduardo VI.

En 1602 la biblioteca fue refundada por Sir Thomas Bodley, a quien debe su nombre, y quien fue investigador de Merton College y embajador de la Reina Isabel I en Holanda. De una colección de 2.000 libros en sus inicios, cuenta hoy en día con más de cinco millones y medio de libros, 148 mil manuscritos y más de un millón de mapas. Todo esto y más ubicado en aproximadamente 90 millas de repisas subterráneas.

La única condición impuesta por Sir Bodley para hacer uso de la biblioteca es que bajo ningún concepto los libros allí guardados salieran del lugar. Compromiso que se ha cumplido a lo largo de los siglos.
Cuenta una anécdota que el actual Príncipe de Gales acudió una vez a la biblioteca en busca de un archivo histórico. Al tener el manuscrito en la mano pidió que se lo envolvieran para llevárselo a su biblioteca personal y estudiarlo desde allí. Petición ésta que fue negada por una de las bibliotecarias, argumentando que los deseos de Sir Bodley serían siempre cumplidos incluso por encima de las órdenes del futuro rey de Inglaterra.

En algunas oportunidades estudiantes y académicos han notado la presencia de un anciano con vestidos propios de la Edad Media poniendo en su lugar libros mal ubicados, y revisando el orden de algunas colecciones. Según reportes archivados a lo largo de los siglos por testigos presenciales, la descripción de la figura no concuerda con la de Sir Bodley sino con la de Lord Humfrey.

Por amor a la reina

Pasando la biblioteca se puede ver All Souls College, único en toda la Universidad por ser exclusivo para profesores. El escritor Javier Marías escribió un libro con ese nombre luego de pasar una estadía en ese santuario académico.

Justo enfrente de éste está el “Radcliffe Camera” edificio que también forma parte de la biblioteca y frente al cual está ubicada la Iglesia de St. Mary the Virgen (Santa María la Virgen) que desde el siglo XIV ha servido como Iglesia oficial de la Universidad.

Cuentan los residentes que desde hace varios siglos han sido mucho los testigos que han visto la figura de una mujer con rostro desencajado pululando por los alrededores. Según cuentan, su llanto puede ser escuchado incluso dentro del edificio de la biblioteca de la universidad.

Algunas investigaciones han determinado que la figura podría corresponder a Amy Robson, dama de compañía de la Reina Isabel I. Se dice que Amy fue asesinada por su marido, quien igualmente pertenecía a la corte real y estaba locamente enamorado de la reina.

El hecho ocurrió en un palacio cercano a la ciudad de Oxford. Su cuerpo fue hallado al pie de las escalinatas con fractura de cuello. Curiosa y extrañamente cuando ocurrió el accidente Madame Robson se encontraba absolutamente sola. El asesinato nunca pudo ser comprobado pero la Reina Isabel se cuidó de no ver nunca más a Sir Robson. El cuerpo de Amy Robson fue enterrado en la Iglesia de St Mary the Virgin.

Otra anécdota que llama la atención se refiere a los años en los cuales la ciudad de Oxford fue convertida en cuartel general durante la Guerra Civil en el siglo XV. Tanto el rey como toda la corte real fueron trasladados a la ciudad. En esos tiempos en una pequeña casa identificada con el numero 2, una joven adolescente cedió a los cortejos de uno de los soldados reales. Bajo promesa de matrimonio, el joven juró regresar pero pasaron los años y nunca más se supo de él. La joven se suicidó.

Hoy en día la casa aún se encuentra en pie pero tiene fama entre los residentes de la zona, pues quienes la han habitado a lo largo de los siglos testifican que suelen ocurrir hechos extraños. En una época las luces de las velas se apagaban, y aún hoy en día los bombillos suelen titilar sin razón explicable. Incluso se ha dicho que un rostro joven con vestidos antiguos puede ser visto a pleno día asomándose por las ventanas como si esperase a alguien.

Pero quizá uno de los testimonios más recientes fue contado por una estudiante del Magdalen College, quien aseguró que estando dentro de su habitación fue rodeada por un grupo de hombres vestidos de monjes con extraños objetos en sus manos.

Los datos históricos han confirmado que el primer hospital que hubo en la ciudad estuvo ubicado donde hoy está Magdalen College y que el mismo estuvo a cargo de monjes dominicos.

domingo, 3 de enero de 2010

Esa parte de mí que nació en el Orinoco

A mi tía Elena Vera
Poeta, escritora y docente
(Aunque decidiste irte antes al cielo, no he dejado de adorarte)

Esta tierra caribeña que embruja con su sol y su riqueza natural fue el escenario elegido por un par de sicilianos, quienes empeñados en hacer riqueza en las canteras de mármoles, se asentaron en la húmeda Ciudad Bolívar.

Indias, mulatas y blancas era Venezuela. Pasión desbocada fue la razón de una noche para uno de aquellos europeos, tentados por la seducción de la tierra nueva. Fue María el fruto de aquel breve amor de un hombre de gran corazón, cautivado por la dulzura de una humilde guayanesa.

Él marcó la razón de vida de una familia entera, a la que le heredó el amor al trabajo, el afán por la curiosidad, el respeto al conocimiento, la tentanción por la selva y la compañía de un buen libro.

¡Cosas de la juventud! María nunca llevó el apellido de su papá, quien años después se fue a vivir a la gran mansión donde ayudaría a Nieves, esposa de su padre, amiga y cómplice -por las cercanías de edades- a criar a sus hermanos.

Su rostro de guaynaesa envolvía ojos indios con un cuerpo voluptuoso marcado por seductoras caderas y un buen final de espalda italiano. Sus trajes holgados de principios de siglo y zapatos de tacón ancho no ocultaban esas piernas que trataba de esconder. Toda una joven criada al mejor estilo de los antiguos mantuanos caraqueños.

Pero no son los fieles mortales los que definen el futuro, sino que por esas tierras la tarea le corresponde el cauce del Orinoco que -por siglos- ha dejado de preguntar. A su antojo tuerce los caminos definidos.

Era Juan un juglar venido de Sucre. Cantaba como Carlos Gardel, vestía como Carlos Gardel, Galanteaba como Carlos Gardel. Guitarra en mano enamoraba a las chicas a la Orilla del Orinoco. De dos oficios vivía: Era barbero y promotor de boxeo.
Poco se pudo hacer. El bisabuelo enfermó de la rabia.

Fue fulminante al amor entre María y Juan. Calmado como las aguas del río, sanador como la flor de loto, amoroso como el verdadero amor.

Los bordados de punto cruz, la etiqueta a la hora de poner la mesa con la cuchara del postre en la parte posterior del plato. El vestido almidonado a la hora del almuerzo, los perfumes traídos en barco junto con las telas italianas que vestían a María y a Nieves como dos princesas.

Las perlas en collares y la elegancia sencilla de las que no necesitan recordar que son unas damas, quedaron en Babilonia N°8.

El corazón del bisabuelo se partió con la ida de María a Caracas y María se convirtió en madre sin olvidar esa profunda admiración y ese irremediable amor que sentía por su progenitor: Su primer hijo se llamó como él: Vicente... casualmente, mi papá

María murió a los 28 años de una enfermedad desconocida para la época. Juan le sobrevivió muchos años. Su mayor legado: Tres hijos que han amado a la vida con toda la fuerza de sus corazones. Su segundo legado: otra abuela dulce y buena: Mima, quién me mimó y me dio besitos mojaditos y a quien le debo a mis otras tías y a mi tio.

Cuando escucho "viajera del tiempo" de Serenata Guayanesa recuerdo a mis abuelos, a quienes sólo conozco por un gran cuadro que hay en mi casa materna. A veces la observo para ver si me parezco a ella, pero no hay caso, el gen árabe de mi madre se me quedó pegado en el rostro.

Pero cuando me fijo en mi cuerpo, no me queda la menor duda de que el amor que un inmigrante italiano y una mulata se profesaron una noche cerca del Orinoco, sigue estando presente en mi.

A veces cuando creo que el amor en el mundo está en decadencia me detengo, recuerdo a mis desconocidos abuelos, cierro los ojos y vuelvo a mis raíces.

Epílogo:

Babilonia N°8 Fue la casa de la familia Puppio en Ciudad Bolívar. La conocí cuando tenía 19 años y para la época la habían convertido en la Casa de la Cultura. Nada mejor para un lugar en el que se profesó tanto amor.

Babilonia N°8 también es el título de un manuscrito para una novela que mi tía Elena Vera no pudo terminar porque debió subir a la eternidad.