miércoles, 13 de enero de 2010

Un pequeño periplo por la ciudad de mis ancestros

Al poeta Dionisio Aymará (Jorge Azaf), mi segundo papá

Era un apartamento pequeño en la Santa Mónica de mi niñez, donde pasaba noches enteras comiendo comida vegetariana a regañadientes y escuchando los acordes que mi tío tocaba en su guitarra. Eran conciertos enteros dedicados nada más para mí. Mis pies apenas llegaban al suelo cuando me sentaba en es ese sofá beige a escucharlo; mientras mi tía Mélida se empeñaba en el torno en darle formas a las cerámicas que creaba con sus propias manos.

Solía ver una postal puesta en un espejo de la sala escrita mitad en hebreo y mitad en árabe. La había enviado el para entonces joven poeta y escritor Alejandro Bruzual, hebreo de ascendencia, y uno de los mejores amigos de mi tío Jorge, quien también tenía ascendencia pero árabe.

Aquellas formas que me parecían más bien geométricas y que obviamente no entendía, me las explicaba Jorge Azaf, quien como buen agnóstico no creía en las diferencias religiosas, y si le tocaba ir a misa -por compromiso- se sentaba en el último banco y me llamaba a mí para que lo acompañara.

Cuando fui más grande me atreví a entrar en su gran biblioteca llena de libros y polvo. Allí conocí los nombres de poetas, escritores -buenos y malos, según el criterio de mi tío. Y cuando tuve quince años encontré -hurgando entre las repisas- una sorpresa: Era la primera edición de Cien años de Soledad de Gabriel García Márquez. Mi tío -como buen comunista desprendido- me lo regaló. Es el mayor tesoro que hoy en día tiene mi biblioteca, una de las hermosas herencias que me dejó mi segundo papá.

Aterrizando hace algunos días en el estado Táchira, sentí que el corazón se me oprimía. La cercanía con mis ancestros ya inexistentes en este mundo, tomó mi alma. Veía aquella vasta tierra a la que un sirio de Alepo llegaría a finales del siglo XIX huyendo de la guerra y la miseria. Era Jorge Trak, un hombre pequeñito con unos lentecitos redonditos que nunca aprendió a hablar bien el español, pero que enseño a toda su estirpe el arte del comercio. Su imagen la llevo grabada de un pequeño retrato que mi abuela Salma, su hija mayor, tenía colgado en su cuarto.

Su primo Rafael Azaf vendría a esas tierras años después y se esposaría con mi abuela Salma. Entre Cúcuta y San Cristóbal se asentarían los negocios de unos árabes a los que todos llamaban turcos.

Él abuelo Rafael me regaló dos brillantes cuando nací. No lo conocí, pero en las fotos puedo ver la hermosura de su rostro y la elegancia de su complexión.
Mi madre, quien al igual que yo lleva dos nombre: Blanca e Eugenia Asaf (con s) Trak lo sigue adorando.

Una pequeña carta amarillenta se topó conmigo hace algunos meses. Estaba escrita a mano en un perfecto español. Con una caligrafía envidiable para alguien cuyo alfabeto sigue siendo extraño para mi. Era una carta a mi madre, escrita en los últimos años de la vida del abuelo. Estaba cargada de angustia pero también hacía un llamado al amor de una hija que nunca se lo negó. Para entonces vivía en Cúcuta, Colombia, donde hoy descansas sus restos.

Mi tío Augusto Azaf me explicó que el abuelo hablaba cinco idiomas, era un hombre que amaba la cultura y los libros. Como todo inmigrante debió renunciar a sus pasiones y buscar la manera de sobrevivir.

La frustración no lo abandonó nunca y su alma no consiguió el camino que quizá buscaba pero sabía que contaba siempre con el amor incondicional de una de sus hijas. Los Azaf tenemos mucho de él y le doy gracias a la vida por haberlo traído a estas tierras desde Damasco.

Cuando estaba en San Cristóbal respiraba su olor, sabía que ya no es la misma ciudad donde nació mi madre y que no queda nadie de la familia cercana allí. Pero recordaba que mami me contaba que mi abuela Salma había sido la directora de la Casa de la Lectura. Aquella mujer alta, con rasgos árabes, elegante y amable atendía a los que luego serían los grandes intelectuales trachirenses de esta gran nación.

Cuando murió su madre caminó tras el féretro con un sobrero de malla cubriéndole el rostro y unos tacones negros muy altos, como si enfrentara la muerte de la hacedora de sus días con la dignidad que la otra le había enseñado.

Ella como buena hija de árabes prefería a los varones de la familia. Yo le tenía un poco de miedo pero reconozco que le debo ser tan coqueta, y sobre todo el amor por usar las uñas pintadas. Cuando me hablaba me sentía feliz porque me tomaba en cuenta y a los 10 años tuve la certeza de que me quería porque diseñó el vestido de mi primera comunión.

Debo confesar que uno de los complejos que más me acompañó cuando era pequeña era que me dijeran que no me parecía a mi mamá. Mi madre en tamaño pequeño, es hermosa. Me quedaba hipnotizada cuando la veía pintarse los labios al lado de la ventana de la casa donde nací.

Pero cuando cumplí 17 años todo cambio. ¡Dios existe, dije! el gen árabe se me disparó y aunque nunca he sido tan preciosa como mi mamá, no me puedo quejar.
En San Cristóbal hay una esquina que se llama la de los poetas. Pregunté por ella y aún lleva ese nombre coloquialmente. Es en honor a cuatro jóvenes que se reunían allí a declamar poemas y uno de ellos era Dionisio Aymará.

Ese mismo quien me regaló el libro más querido de mi infancia “Cuentos de Guane”, y al que solía preguntarle: ¡Quién es tu sobrina favorita? Y el respondía: “Usted”. Era a él a quien le obligaba a escribírmelo en las dedicatorias de la decena de libros que me regaló.

George, aunque se que no creías en el cielo, allá nos veremos algún día.

miércoles, 6 de enero de 2010

Mi primer y único amor a primera vista

El siguiente, es un relato netamente femenino. Estoy convencida de que un hombre no pasaría del primer párrafo, pero como yo escribo por placer y este es mí blog, la siguiente historia se la dedico a las mujeres y a mis amigas.

Una tarde regresé más temprano de la universidad en la que estudiaba en Londres a Oxford, donde vivía, formalmente casada, por cierto. El motivo: Una cena en la que suelen reunirse ciertas personalidades “importantes” que tienden a escoger a las universidades élites como refugios para discutir issues a veces algo aburridos y luego plasmar en el curriculum que estudiaron allí. Sin embargo, aquella ocasión lucía tentadora porque los anfitriones eran gente muy querida.

Recuerdo que ya era primavera. Me cambié al llegar de la estación del tren y me puse un traje largo negro, medias y unas botas de esas que llaman “posh”. Usaba el cabello muy largo algunas veces en una larga trenza pero ese día decidí dejarlo libre, y al montarme en mi bicicleta sentía como se iba desordenando. Que sensación tan divina!
Iba a tiempo, y había quedado en encontrarme en el lugar con el que para entonces era mi esposo.

La reunión era en casa de un ex pacificador de un país centroamericano, que obviamente no nombraré y a la que también asistiría un hoy presidente latinoamericano -al quien tampoco nombraré- y un estudiante que actualmente es vicepresidente de otra nación de América Central y que menos nombraré. Todos amigos y gente de confianza. Cuando se vive en el exterior, el futuro es incierto y todos somos más o menos iguales. Con el tiempo, las cosas van cambiando. También había un grupo interesante de estudiantes de postgrado con quienes compartía casi a diario en la que era mi casa.


Mientra mi pie derecho empujaba el paral de mi bicicleta y amaraba el candado a una cerca, me distrajo la figura de un hombre muy alto, de cabellos desordenados y ondulados, barba y una mirada tan penetrante que traspasaba los lentes que llevaba puestos.

Recuerdo que algo me pasó y la distracción fue tal, que no atinaba meter la llave dentro del candado, lo que obviamente me hizo sentir toooorrrpeeee. Aquel hombre me miró fijamente y se acercó directamente sin vacilar. Apenas estuve de pie me ofreció ayuda para PONER EL PICHE CANDADO, lo que me dio inmediatamente a entender que el tipo desde el primer momento se había dado cuenta del efecto que había creado en mí.
“Eres latina verdad?”, me preguntó en inglés.

En ese momento el resto de la gente desapreció, pero no de cuerpo físico sino de mi atención. No podía creer que aquel príncipe se sonriera irónicamente y me preguntara cómo me llamaba. Me miraba directamente a los ojos como todo un seductor y lo confieso: Me derretí.

Luego de darle todo mi perfil profesional y estudiantil, noté que estábamos bastante alejados del grupo y muy cerca el uno del otro. Allí me di cuenta que debía hacerle alguna pregunta. El fantástico resumen fue el siguiente: Era sociólogo y economista, estaba haciendo su post doctorado y su tesis era sobre los procesos de pacificación en América Central. Era perfecto, ya me quería casar con él….Pero por Dios ya estaba casada!

Como si no hubiera sido suficiente me contó que había sufrido tres veces de paludismo y que por años había visitado asentamiento guerrilleros para estudiar si realmente estaban ideologizados o narcotizados, obviamente le fue fácil descubrir lo segundo.

Hay momentos en que se puede sentir que tienes al hombre perfecto al frente. Este era un soñador que pretendía cambiar al mundo, así como yo en esa época. Que vaina esto de ser periodista y creer que todo se puede.

Su acento. Dios mío! Recuerdo que hablaba con esa voz ronca y seductora que me llevó a preguntarle de que parte de Argentina era. El sonrió, me miró de nuevo fijamente y me dijo: No soy argentino, soy alemán.

Ya allí sentí que me mareaba de tanto amor. Un alemán hablando perfecto castellano y con acento argentino. ERA DEMASIADOOOO!!! Me acababa de enamorar. No me importaba nada. Hubiera dejado todo y me hubiera ido con él.

La conversación fue tan amena y nunca dejamos de mirarnos a los ojos. Fueron 20 minuto de gloria para nosotros nada más, en los que me sentí en la eternidad!.

Pero…. justo en ese momento de máximo sopor amoroso, sentí a lo lejos que alguien me llamaba por mi nombre, cuando me di cuenta tenia al que era mi esposo a mi lado.

Se me vino el mundo abajo. Se me había olvidado que él existía. Recuerdo claramente que bajé la cabeza y se lo presenté. Su rostro cambió totalmente, y no volvió a mirarme durante las tres horas que duró aquella velada.

Meses después caminaba por Corn Market, la calle principal de Oxford. Venía tomándome un chocolate caliente y leyendo un paper para un examen. Lancé el vaso en uno de esos recipientes que los ingleses acostumbran a llamar Litter y mientras me secaba un poco el pegoste de la mano en el abrigo, sentí que alguien pasó a mi lado y me rozó sensualmente la mano.

Me estremecí del susto. Era él. Me paré en seco pero él no se detuvo. Lo ví alejase; mientras su abrigo jugaba con la brisa y sentí un dolor muy fuerte en el corazón.

Han pasado muchos años y no se imaginan cómo le he agradecido a la vida ese amor a primera vista. Así quedó, platónico, difuminado en el tiempo. Era el amor perfecto de una periodista muy joven e idealista que se tropezó por un día con un héroe verdadero, y que por minutos me hizo perder la cabeza. Que viva La vida!

martes, 5 de enero de 2010

Los fantasmas de la ciudad de Oxford

En 1998 llegué a vivir a la ciudad de Oxford, Inglaterra, como acompañante del que para entonces era mi consorte. Aquella ciudad milenaria me cautivó desde el primer momento; no sólo por su belleza arquitectónica, sino por sus vidas presentes y pasadas.

Oxford es una ciudad de la que te enamoras para siempre. A mí me trató con gentileza, y debo confesar que me aproveché de mis experticias periodísticas para colarme en las clases magistrales del Saint Antony´s College, donde fui muy querida.

Este texto lo escribí hace nueve años para la Revista Primicia, editada por El Nacional, que en aquel entonces estaba bajo la jefatura de mi amigo Rafael Osío Cabrices.

Hoy lo reedito un poco para compartir con ustedes un aspecto poco cartesiano de ese recinto universitario. Es más, me atrevería a decir que es su perfil esotérico.


El primer recinto erguido en la ciudad de Oxford corresponde al monasterio fundado en el siglo VIII DC por St Frideswide, patrona de la ciudad. Fue una princesa quien decidió consagrar su vida a Dios, desobedeciendo la orden de su padre de “ofrecerse” como esposa a un joven aristócrata.

Frideswide huyó y se asentó en las riveras del río Oxon, un lugar apartado donde se asentaron diversas congregaciones dedicadas a la devoción, la contemplación y al estudio.

Hermanas, monjes y sacerdotes fueron los precursores de lo que hoy se yergue como una de las ciudades más hermosas de Europa que arropa a la universidad más prestigiosa del mundo. (que me perdonen esta blasfemia los de Cambridge).

Cientos de historias, personajes y anécdotas forman parte de esta ciudad universitaria. Particularmente en Verano miles de guías turísticas se empeñan en mostrar a los curiosos turistas los maravillosos lugares que inspiraron historias como “Alicia en el país de las maravillas” y las aventuras de Harry Potter.

Aunque es una city netamente estudiantil, en la que se percibe el estrés de cientos de jóvenes rodando en bicicletas cargados de libros y dedicando largas horas de lecturas en las bibliotecas de sus Colleges, existe una faceta de la ciudad poco conocida por residentes y visitantes: Su vida fantasmal, que paralela a la real, ha transcurrido día a día por los siglos de los siglos. Un detalle para los creyentes pero también para los agnósticos.
He aquí algunas historias que escuché a lo largo de mis años vividos en esa antigua ciudad.

Una oscura tarde de invierno de 1965, durante su rutina de ensayos diarios, el organista de la capilla de Trinity College notó la extraña figura de una joven mujer vestida de gris caminando muy despacio a lo largo del ala central. Su caminar era tan lento que más bien parecía levitar; mientras mirada plácidamente al organista.

La figura desapareció y el organista sin darse muchas explicaciones a sí mismo decidió dar por terminado su ensayo. Una vez dentro de su dormitorio, quiso relajarse un poco; tomó un libro y al momento de sentarse reconoció la figura tenue que antes había visto en la capilla, en una pequeña fotografía de su madre colgada en la pared.

Explicaciones sobre el caso parecen sobrar. Verdad o mentira los relatos están allí para quien los quiera creer. Sin embargo, el consenso existe cuando alguien se refiere al extraño olor que en algunas ocasiones enrarece el ambiente de la Capilla de Trinity College.

Broad Street, fue escenario de unos de los más sangrientos y significativos episodios que escriben la historia de la iglesia anglicana. Al comienzo de la calle una gran piedra en el suelo está marcada con tres cruces que sirven como recordatorio de la quema de los obispos mártires protestantes: Cranmer, Latimer y Ridley.

Ejecución que se llevó a cabo en 1555 por órdenes de la Reina María, hija de Enrique XVIII y Catalina de Aragón, quien en su afán por devolverle a Inglaterra la religión católica pasó a la historia con el nombre de “María la sangrienta”. A su salud el "bloody Mary".

Los obispos mártires acusados de herejes, sufrieron una muerte lenta y despiadada, cuando la lluvia azotó los cielos de Oxford e impidió que las llamas consumieran sus cuerpos. El martirio fue tal que las víctimas a gritos pedían piedad para que las llamas fueran alimentadas y poder consumirse aliviando así su dolor, cuenta la leyenda.
Balliol College fue fundado en 1283 y reconstruido en Broad Street a finales del siglo XIX. Justo al frente del memorial de los mártires. Sus grandes paredes albergaron por muchos años al escritor Graham Green. quien, al igual que los demás estudiantes que han vivido en el recinto, conoció los relatos sobre gritos de auxilio y piedad que en no pocas ocasiones suelen escucharse a lo largo de la calle, y que sirven para recordar de vez en cuando el sufrimiento de los fundadores de la iglesia anglicana.

¿Quiénes son?

En 1669 fue inaugurado el “Sheldonian Theatre” para que sirviese como escenario de las ceremonias de bienvenida y de graduación de los estudiantes, quienes desde entonces atraviesan toda la ciudad vestidos con toga y birrete. Esta construcción semicircular al frente, rectangular por detrás y con una cúpula octogonal, luce imponente y forma parte del corazón de la ciudad.

Su estilo típico del siglo XV se ve interrumpido por siete rostros de mirada penetrante que cercan la entrada del recinto. La ciudad no tiene memoria de quiénes son y desde cuándo están allí. Sus rostros serios denotan un estilo romano poco convencional. A lo largo de los siglos han sido objeto de varios estudios históricos con resultados infructuosos. ¿Son filósofos o emperadores? Nadie sabe. Ellos forman parte de los misterios que rodean la ciudad.

Siguiendo Broad Street y cruzando a la derecha encontramos la “Bodleian library”, una de las más antiguas e importantes bibliotecas de todo el mundo. Su fundación comenzó con la donación de la biblioteca privada de Lord Humfrey, Duque de Gloucester (1341-1447) durante el reinado de Eduardo VI.

En 1602 la biblioteca fue refundada por Sir Thomas Bodley, a quien debe su nombre, y quien fue investigador de Merton College y embajador de la Reina Isabel I en Holanda. De una colección de 2.000 libros en sus inicios, cuenta hoy en día con más de cinco millones y medio de libros, 148 mil manuscritos y más de un millón de mapas. Todo esto y más ubicado en aproximadamente 90 millas de repisas subterráneas.

La única condición impuesta por Sir Bodley para hacer uso de la biblioteca es que bajo ningún concepto los libros allí guardados salieran del lugar. Compromiso que se ha cumplido a lo largo de los siglos.
Cuenta una anécdota que el actual Príncipe de Gales acudió una vez a la biblioteca en busca de un archivo histórico. Al tener el manuscrito en la mano pidió que se lo envolvieran para llevárselo a su biblioteca personal y estudiarlo desde allí. Petición ésta que fue negada por una de las bibliotecarias, argumentando que los deseos de Sir Bodley serían siempre cumplidos incluso por encima de las órdenes del futuro rey de Inglaterra.

En algunas oportunidades estudiantes y académicos han notado la presencia de un anciano con vestidos propios de la Edad Media poniendo en su lugar libros mal ubicados, y revisando el orden de algunas colecciones. Según reportes archivados a lo largo de los siglos por testigos presenciales, la descripción de la figura no concuerda con la de Sir Bodley sino con la de Lord Humfrey.

Por amor a la reina

Pasando la biblioteca se puede ver All Souls College, único en toda la Universidad por ser exclusivo para profesores. El escritor Javier Marías escribió un libro con ese nombre luego de pasar una estadía en ese santuario académico.

Justo enfrente de éste está el “Radcliffe Camera” edificio que también forma parte de la biblioteca y frente al cual está ubicada la Iglesia de St. Mary the Virgen (Santa María la Virgen) que desde el siglo XIV ha servido como Iglesia oficial de la Universidad.

Cuentan los residentes que desde hace varios siglos han sido mucho los testigos que han visto la figura de una mujer con rostro desencajado pululando por los alrededores. Según cuentan, su llanto puede ser escuchado incluso dentro del edificio de la biblioteca de la universidad.

Algunas investigaciones han determinado que la figura podría corresponder a Amy Robson, dama de compañía de la Reina Isabel I. Se dice que Amy fue asesinada por su marido, quien igualmente pertenecía a la corte real y estaba locamente enamorado de la reina.

El hecho ocurrió en un palacio cercano a la ciudad de Oxford. Su cuerpo fue hallado al pie de las escalinatas con fractura de cuello. Curiosa y extrañamente cuando ocurrió el accidente Madame Robson se encontraba absolutamente sola. El asesinato nunca pudo ser comprobado pero la Reina Isabel se cuidó de no ver nunca más a Sir Robson. El cuerpo de Amy Robson fue enterrado en la Iglesia de St Mary the Virgin.

Otra anécdota que llama la atención se refiere a los años en los cuales la ciudad de Oxford fue convertida en cuartel general durante la Guerra Civil en el siglo XV. Tanto el rey como toda la corte real fueron trasladados a la ciudad. En esos tiempos en una pequeña casa identificada con el numero 2, una joven adolescente cedió a los cortejos de uno de los soldados reales. Bajo promesa de matrimonio, el joven juró regresar pero pasaron los años y nunca más se supo de él. La joven se suicidó.

Hoy en día la casa aún se encuentra en pie pero tiene fama entre los residentes de la zona, pues quienes la han habitado a lo largo de los siglos testifican que suelen ocurrir hechos extraños. En una época las luces de las velas se apagaban, y aún hoy en día los bombillos suelen titilar sin razón explicable. Incluso se ha dicho que un rostro joven con vestidos antiguos puede ser visto a pleno día asomándose por las ventanas como si esperase a alguien.

Pero quizá uno de los testimonios más recientes fue contado por una estudiante del Magdalen College, quien aseguró que estando dentro de su habitación fue rodeada por un grupo de hombres vestidos de monjes con extraños objetos en sus manos.

Los datos históricos han confirmado que el primer hospital que hubo en la ciudad estuvo ubicado donde hoy está Magdalen College y que el mismo estuvo a cargo de monjes dominicos.

domingo, 3 de enero de 2010

Esa parte de mí que nació en el Orinoco

A mi tía Elena Vera
Poeta, escritora y docente
(Aunque decidiste irte antes al cielo, no he dejado de adorarte)

Esta tierra caribeña que embruja con su sol y su riqueza natural fue el escenario elegido por un par de sicilianos, quienes empeñados en hacer riqueza en las canteras de mármoles, se asentaron en la húmeda Ciudad Bolívar.

Indias, mulatas y blancas era Venezuela. Pasión desbocada fue la razón de una noche para uno de aquellos europeos, tentados por la seducción de la tierra nueva. Fue María el fruto de aquel breve amor de un hombre de gran corazón, cautivado por la dulzura de una humilde guayanesa.

Él marcó la razón de vida de una familia entera, a la que le heredó el amor al trabajo, el afán por la curiosidad, el respeto al conocimiento, la tentanción por la selva y la compañía de un buen libro.

¡Cosas de la juventud! María nunca llevó el apellido de su papá, quien años después se fue a vivir a la gran mansión donde ayudaría a Nieves, esposa de su padre, amiga y cómplice -por las cercanías de edades- a criar a sus hermanos.

Su rostro de guaynaesa envolvía ojos indios con un cuerpo voluptuoso marcado por seductoras caderas y un buen final de espalda italiano. Sus trajes holgados de principios de siglo y zapatos de tacón ancho no ocultaban esas piernas que trataba de esconder. Toda una joven criada al mejor estilo de los antiguos mantuanos caraqueños.

Pero no son los fieles mortales los que definen el futuro, sino que por esas tierras la tarea le corresponde el cauce del Orinoco que -por siglos- ha dejado de preguntar. A su antojo tuerce los caminos definidos.

Era Juan un juglar venido de Sucre. Cantaba como Carlos Gardel, vestía como Carlos Gardel, Galanteaba como Carlos Gardel. Guitarra en mano enamoraba a las chicas a la Orilla del Orinoco. De dos oficios vivía: Era barbero y promotor de boxeo.
Poco se pudo hacer. El bisabuelo enfermó de la rabia.

Fue fulminante al amor entre María y Juan. Calmado como las aguas del río, sanador como la flor de loto, amoroso como el verdadero amor.

Los bordados de punto cruz, la etiqueta a la hora de poner la mesa con la cuchara del postre en la parte posterior del plato. El vestido almidonado a la hora del almuerzo, los perfumes traídos en barco junto con las telas italianas que vestían a María y a Nieves como dos princesas.

Las perlas en collares y la elegancia sencilla de las que no necesitan recordar que son unas damas, quedaron en Babilonia N°8.

El corazón del bisabuelo se partió con la ida de María a Caracas y María se convirtió en madre sin olvidar esa profunda admiración y ese irremediable amor que sentía por su progenitor: Su primer hijo se llamó como él: Vicente... casualmente, mi papá

María murió a los 28 años de una enfermedad desconocida para la época. Juan le sobrevivió muchos años. Su mayor legado: Tres hijos que han amado a la vida con toda la fuerza de sus corazones. Su segundo legado: otra abuela dulce y buena: Mima, quién me mimó y me dio besitos mojaditos y a quien le debo a mis otras tías y a mi tio.

Cuando escucho "viajera del tiempo" de Serenata Guayanesa recuerdo a mis abuelos, a quienes sólo conozco por un gran cuadro que hay en mi casa materna. A veces la observo para ver si me parezco a ella, pero no hay caso, el gen árabe de mi madre se me quedó pegado en el rostro.

Pero cuando me fijo en mi cuerpo, no me queda la menor duda de que el amor que un inmigrante italiano y una mulata se profesaron una noche cerca del Orinoco, sigue estando presente en mi.

A veces cuando creo que el amor en el mundo está en decadencia me detengo, recuerdo a mis desconocidos abuelos, cierro los ojos y vuelvo a mis raíces.

Epílogo:

Babilonia N°8 Fue la casa de la familia Puppio en Ciudad Bolívar. La conocí cuando tenía 19 años y para la época la habían convertido en la Casa de la Cultura. Nada mejor para un lugar en el que se profesó tanto amor.

Babilonia N°8 también es el título de un manuscrito para una novela que mi tía Elena Vera no pudo terminar porque debió subir a la eternidad.