martes, 16 de febrero de 2010

Del Hades, camino al Olimpo

Nos cuesta hablar de lo que nos afecta profundamente. De aquello que nos duele más abajo del estómago, de lo que nos hace doblar nuestro cuerpo por completo y nos corta la respiración.

Lo que nos apretuja el corazón y hace que de nuestros ojos broten lágrimas y gritos desconsolados. Eso es el lacerante dolor del desamor que los seres humano por -distintas razones- experimentamos una, dos, o varias veces en la vida.
Un dolor así no puede ser vivido muchas veces; su intensidad es tan grande que puede enfermar nuestro cuerpo. Pero nos hemos preguntado ¿Cuál es la razón de su existencia?

Los antiguos griegos pensaban que algunos dioses y semi dioses sólo podían encontrar la sabiduría necesaria para hacerse mecedores del Olimpo bajando al Dios de la ultratumba: Hades, también conocido como Plutón en la mitología romana.

Allí, en ese macabro lugar nos encontramos con el inconsciente y nos revisamos hasta el punto más profundo de nuestro ser. El cuerpo se recoge, como los animales que se retiran a las cuevas cuando han sido heridos, hasta que llega la sanación. Sólo el dolor nos puede impulsar a ese recogimiento que la ciencia llama depresión.

Hay hombres y mujeres que sintieron grandes dolores cuando niños y no han podido superarlo de adultos. Llevan años deprimidos y se esconden tras una vida convencional, risas, bromas y trabajo. Pero en el fondo no hay luz sino oscuridad. Sin embargo, No podemos ser jueces porque salir del Hades requiere de una gran fuerza espiritual y psicológica y no siempre podemos afrontar todo aquello solos.

Hace algunas semanas salí a cenar con un antiguo amor. De todos, creo que ha sido uno de los que más me ha marcado por la gran comprensión que tuvo hacia una personalidad tan complicada como la mía. El suyo era un amor imposible. Sí imposible, de esos a los que uno se aferra con más intensidad. Tan grande fue que la única salida posible resultó ser mudarse al exterior.

Experimenté en aquel entonces algo nuevo: Cuando me levantaba en las mañanas sentía que me iba a morir. Luchaba y luchaba contra esa sensación y no lograba quitármela de encima.

Gracias a Dios existe eso que hoy en día las jóvenes profesionales llamamos “Coaching”; y la mía resultó ser toda una intelectual de primera. Joven, educada en Inglaterra y retadora. Perfecta para mí. El diagnóstico fue sencillo: “Blanca, estás deprimida”.

Confieso que no lo podía creer. Pero como Dios escribe derecho en renglones torcidos, y yo soy una de esas mortales que decidió vivir la vida a plena conciencia dije: Okey acepto el reto: ¡Me voy al Hades!

Dure mucho tiempo allí dentro, incluso otra relación llegó y yo seguía en el Hades. Ufff no fue fácil, pero el descubrimiento de uno mismo es la verdadera tarea que hay que hacer tarde o temprano. Y lo digo sin tono de libro de autoayuda.

¿Cosas que les puedo confesar? Algunas, como por ejemplo el excesivo empeño por ser autosuficiente, por culparme, por querer proteger a todos los que están a mi alrededor sin pensar en mi. La impaciencia que me conduce al mal humor. Un afán perfeccionista que no me deja en paz y ese empeño de querer ser ambulancia de todas las parejas que he tenido. No hablo más !

Noooo, no todo lo arreglé, para eso todavía tengo el resto de la vida. Pero logré una conciencia más clara y sobre todo entender las verdaderas razones del miedo y del dolor.

Mientras hablaba con esta ex pareja me daba cuenta de que su situación no había cambiado. Estaba en el mismo sitio emocional pero en otro país, con un dolor encubierto en éxitos laborales, pero con la mirada triste y el corazón congelado. Atado por las responsabilidades, abrumado después de tres whiskies. Allí me di cuenta que desde hacía mucho tiempo él estaba a kilómetros de distancia de mi alma.

Lo comprendí y no lo juzgué. Todos entendemos claramente que a veces las piezas en la vida se nos mueven y los imponderables se presentan de frente haciendo que el corazón se nos salga del pecho. Cuando menos los esperamos nos damos cuenta de que ese imponderable nos seduce, nos atrae, nos da placer.

Pero el miedo se hace presente como antesala al dolor; nos frenamos y viramos la mirada a la realidad escogida. Allí -en apariencia- estamos protegidos. El saldo lo veremos durante la vejez.

Hace poco tiempo, una gran amiga a la que todas imaginábamos feliz y plena colapsó, lloró y confesó que nunca había sido feliz, sólo lo aparentaba. Como si no fuera suficiente, otra de las presentes dijo que ya no amaba a su marido, que lo quería pero que solamente la unían a él los hijos, y que constantemente pensaba en cómo serían sus últimos años al lado de un hombre que respetaba, que quería pero al que ya no amaba.

Las demás las abrazamos solidariamente porque sabíamos que sentían un profundo dolor, y más aún, estaban viviendo el miedo a cambiar esa condición de comodidad que las rodea. No juzgamos, sólo escuchamos y nos solidarizamos con ellas.

Tuve que levantarme antes que las demás para irme, y mientra agarraba mi cartera, una de ellas me dijo: “Hey BEVA, te envidio. De todas nosotras eres la que más tranquila se ve, la que ha vivido la vida plenamente”. En ese momento sólo pensé en mi papá que ha sido mi gran ángel guardián, callé, la miré y le sonreí.

Mientras caminaba hacia el carro me di cuenta de que hacía mucho tiempo que había salido del Hades, y que me encontraba dirigiéndome hacia el Olimpo. Cerré la puerta y tomé conciencia de que todo ser humano herido debe tener el valor de auscultarse a sí mismo, aunque produzca un miedo escalofriante.

Mirar de frente el lado oscuro es la única manera de resucitar como el Ave Fénix. Esa es una lucha diaria.