lunes, 20 de enero de 2014

La incertidumbre




No han sido dos o tres. Creo que han sido al menos unas 45 ó 50 veces las que me han preguntado si el cupo Cadivi de viajeros, estudiantes o para compras electrónicas lo van a eliminar. Sin embargo, el clímax ocurrió una mañana en la que mi celular no paraba de sonar y un “conocido” me llamó para preguntarme si creía conveniente que él comprara un pasaje en 30 mil bolívares que –por cierto- no tenía. Luego de este episodio poco me impresionó que el gerente de finanzas de una importante red de tiendas me preguntara qué pensaba que iba a suceder con la asignación de dólares este año.

Cuando eso sucede pienso en la Caridad, una virtud que estudie en el catecismo de mi colegio y que significa la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión.

A veces cierro los ojos y me concentro en mi respiración y la siento acelerada. Si presto atención a mí misma en silencio por unos minutos me doy cuenta que poco a poco me calmo si no pienso en nada. Los pensamientos cuando se aquietan producen sensación de bienestar y una razón simple para que esto suceda es que por instantes el futuro desaparece. La incertidumbre mengua.

Allí es cuando recuerdo a la fortaleza, que es la virtud que da valor al alma para poder afrontar con coraje y vigor los riesgos, moderando el ímpetu de la audacia. Siempre manteniéndose en la recta razón al obrar.

El shock colectivo con el que abrimos el 2014 ante el asesinato de una figura como Mónica Spears, nos toca en lo más profundo de nuestro ser porque se trata del miedo que sentimos de perder la vida, de que nos arrebaten la de los nuestros. Compungidos, llenos de miedo y con sentimientos encontrados por lo que nos hemos convertido como sociedad, tuvimos además que ser bombardeados por nuestros compatriotas emigrantes con sus verbos mordaces quienes indirectamente nos reprochaban no hacer nada. “Hasta cuándo aguantan. Tiene que armarse un peo”. Esa llama efervescente que calienta el ímpetu y alimenta la imaginación de los que se fueron nos atormenta. Por segundos pienso que el legado del 27 y 28 de febrero de 1989 se limita a la creencia de que “el pueblo se alzó”. ¿No será mas bien que lo alzaron?

Allí me detengo y pienso en la virtud cardinal que es la templanza, que significa moderación, sobriedad y continencia.

Levanto el teléfono y contesto una llamada de lejos. Quien me habla vive en un país que pasa por una crisis temporal. Sus preocupaciones están muy lejos de asemejarse al miedo a ser asesinado a sangre fría. Jamás se le pasa si quiera por su mente que los chicos en ese país donde vive abandonen la escuela a los doce años porque no hay liceos donde estudiar. En cambio, en Venezuela la única oportunidad que les presenta la vida es convertirse en delincuentes y amantes de drogas destructivas como el crack. Esa misma que los evade de la dolorosa realidad que significa vivir bajo la pobreza, condenados a la cultura de la muerte, a la falta de opciones en su entorno, y los catapulte a la ganancia fácil, a la de los valores corrompidos, a la del chuzo, a la del arma, a la del olvido instantáneo cuando descarga el revólver. Me habla sobre el nuevo negocio de las grandes internacionales que tienen represados sus dólares por el control de cambio y sus balances contables están llenos de bolívares: Construir viviendas de altos precios accesibles a corporativos, un segmento mínimo dentro de la población. Y pienso, cuántas grandes riquezas no se forjaron gracias a este corralito cambiario que originó a la bautizada boliburguesia, cuyos capitales están bien seguros en bancos internacionales.

Viene a mi mente entonces el significado de otro virtud cardinal: La Justicia, y la busco en el diccionario que la define como una “práctica que establece que se ha de dar al prójimo lo que es debido, con equidad respecto a los individuos y al bien común

El pin de mi Blackberry reportar un mensaje de un gran amigo que ejerce un cargo público. Sólo dice: En este momento los opositores tienen tanto miedo como los chavistas. Se refiere a la crisis económica que mantiene los anaqueles vacíos, los bolsillos de los asalariados expropiados y los subsidios del Estado –desde la Misión Mercal, la Misión Negra Hipólita, Barrio Adentro o el propio cupo de Cadivi- en terapia intensiva. Inmediatamente recuerdo la cifra de 51,2 millardos de dólares en deudas del Gobierno incluidas las importaciones no liquidadas. Reviso mi archivo de Excel y me consigo con un ingreso petrolero que se reduce a 40 millardos de dólares enterados al Banco Central de Venezuela. Me detengo y recuerdo que no he tomado en cuenta los retrasos con todo el sector manufacturero y de servicios que va desde líneas aéreas hasta Polar. No, no me tengo que convencer a mí misma; hace mucho que internalicé que a la crisis no había que esperarla porque ya había llegado.

Esta vez cierro los ojos y pido al Santísimo Prudencia para quienes toman decisiones colectivas. Esa es la única virtud que les puede permitir disponer la razón a discernir el verdadero bien del mal para cada circunstancia, y a elegir los medios adecuados para realizarlo.

Hablaba con alguien hace algunos días y era otra de las tantas personas que me decía que se sentí muy negativa con el porvenir de Venezuela. Casi al mismo tiempo leí unas declaraciones de una actriz que decía que amaba mucho su país pero que no volvería a pisarlo por el problema de la inseguridad. Si, asumo que respondí con furia nacida desde la emoción más pura que nace del estómago. Era para mí un comentario apátrida, poco consolador y desconsiderado para quienes vivimos en este guerra y no tenemos la opción de abandonar el estado de sitio. Luego, y bajo los efectos del sosiego pensé en qué giro habría tenido la historia si los ingleses no hubieran asumido el “sangre, sudor, y lágrimas” como un compromiso sincero de defensa de su nación. Cada país tiene sus propias luchas. Unas de mayor envergadura que otras. En esos momentos las decisiones personales deben ser respetadas. Sin embargo, el sentimiento de solidaridad y de compañía se agradece sin importar la distancia. Es ese mismo sentimiento el que lleva a saldar las diferencias políticas y buscar soluciones viables: La imagen del ministro de Interior y Justicia; Miguel Rodríguez Torres; y el Gobernador de Miranda, Henrique Capriles se me fijó en la frente. Todos juntos por una causa. ¿Creíble o no? El señor tiempo se encargará de ese detalle.

Por lo pronto, me abrazo la más grande de todas las virtudes teologales: La esperanza que capacita al hombre para tener confianza y plena certeza.

Revueltas, desórdenes sociales, socialismo del Siglo XXI, modelo comunal, toque de fondo, colapso. Todo son partes de nuestras pesadillas, de nuestros miedos profundos y oscuros, de los ajetreos internos que produce la incertidumbre. ¿Antídoto? Suelo pensar que las distintas creencias universales tiene algunas virtudes que comparten y practican de distintas maneras: Se trata de la FE, esa virtud ciega que nos guía por caminos intrincados y accidentados.