martes, 31 de diciembre de 2013
2013
miércoles, 31 de octubre de 2012
Un encuentro sanador
Me senté en la cómoda de mi cuarto y tomé de mi biblioteca una novela de Marcela Serrano que había leído hace algunos años: “El albergue de las mujeres tristes”. Una historia de ensueño en la que la autora describe un lugar fundado por una sabia mujer, quien abre las puertas de su casa a todas aquellas que están dolidas de corazón por diversas circunstancias. Las cuida, las escucha, les respeta sus silencios, llora con ellas, comparte sus dolores hasta que finalmente se les remienda el corazón y resucitadas vuelven a la vida sin durezas en el alma.
Y en eso andaba absorta cuando de repente sonó un pin en mi celular que decía: "Blanca, tienes que escribir algo sobre lo de hoy". Yo contesté: "Meme, estás reloca, no puedo"...
Era cierto, no podía. Necesitaba asentar las emociones para regalar un texto a las mujeres que crecieron conmigo y que hoy -pasado el trago amargo de llegar al cuarto piso- resulta que se ven más bellas, más lúcidas, más sencillas pero sobre todo verdaderamente auténticas. Es esto último lo que me ha sobresaltado durante todos estos días.
Pido disculpas de antemano por ser este un texto imperfecto; no está basado en hechos sino en mis percepciones. Pero como en realidad Meme me metió en esto, cualquier queja ya saben a quien dirigirla.
Daysi y Martha. Las redescubrí hace poco tiempo y ni loca las vuelvo a soltar. Yo no conozco dos hermanas que se profesen tanto amor explícitamente. Y si, no me da pena decirlo: A veces me crean angustia porque no se con cuál estoy hablando. Daysi es la madre que alimenta -como la diosa de la tierra para los griegos- pura fecundidad en proyectos. Martha es polifacética. Sabe cómo piensa la gente, tiene una cámara que pesa como 10 kilos, alimenta una vida espiritual y pertenece al club de las divorciadas como yo.
Dos fotos. La primera: Karina Pimentel, Andreina Rotaugh, Anabella Vanderbist. Las miraba y pensaba en esa belleza madura que muestra sin poses que se sabe quién se es. Karina sencillamente dulce, Andreína con una sonrisa que revela que la diversión es parte sublime de la vida, y Anabella apacible con una hermosura azabache.
La segunda: Titi Gómez abrazando fuertemente a Ana Jo, fundidas en la hermandad; mientras Luisa Teresa mira a la cámara de frente y se une al abrazo con una sonrisa de felicidad que revela celebración de la vida. Esta foto me conmueve personalmente por su significado. Titi da fuerza con sus brazos apretados, lo que significa la amiga todo terreno que apoya; mientras Luisa se trasforma en niña para hacerle a los momentos dramáticos una burla y decirle a las calamidades: “Te ganamos”.
Ana jo, con esos ojos grandes y esa simpatía informal nos hizo callar (algo casi milagroso cuando estamos juntas) y de manera sencilla nos confesó con satisfacción su lucha contra el mal de las mujeres: el cáncer de mama. Su recuperación y la culminación de una relación de años que ya no funcionaba. Confieso que no creo que haya algo más liberador que salir de esas dos cargas casi al mismo tiempo, confesarlo con plena conciencia y celebrarlo como en ese momento hicimos. Y si, es tan cuatriboleada, que rindió tributo a las amigas “las únicas con las que verdaderamente cuentas en los momentos difíciles” -según expresó- y nos presentó a PLM (Pa' lante Marica) una hermandad fundada por ella a la que pueden acudir todas las que por enfermedad, ruptura de corazón, desencanto con la vida, pérdida de la esperanza, lutos, preocupaciones económicas, o cualquier otra vaina de esas que nos ataca a todas las mujeres en algún momento de la vida y que desde la “dizque liberación femenina” le ha dado por pegar más duro.
A las feministas de la historia les doy las gracias pero nunca pensé que tal liberación sería la esclavitud de los tiempos modernos por los sopotocientos roles que hemos tenido que asumir. Lo sublime de la ocasión: el verde de las pulseras, el color de la esperanza. La lección: Ana jo! Eres una jodida dura! Te quiero por quien eres y por lo que representas.
Carajita odiosa y antipática en el colegio: Chelena Díaz. Mujer admirable, emprendedora, con conciencia política, llena de belleza por dentro y por fuera: Chelena Díaz. Su abrazo apretado me reconfortó días después de las elecciones durante un cóctel. Se ha ganado mi respeto y resguarda algunas confidencias de mi trabajo que compartimos a veces por DM.
A Gretel la ví rápidamente. Ella es una señora joven. No le pasan los años. Y no lo digo (mal pensadas) porque su esposo sea cirujano plástico. Si se pone en este momento el uniforme del colegio se vería igual que hace 23 años. Eso si, su mirada es paciente, lleva encima un aura de tranquilidad y de madurez que me hizo reflexionar sobre esas mujeres silentes por dentro a las que el alma les va creciendo. Ella me transmite paz.
La entrada al salón de Maru Muller fue como es ella, una ráfaga de energía que pasa tan rápido que ni la ves. Con su antesala de abrazos y besos apretados, comunicó lo que todas estábamos buscando ese día: alivio, solidaridad, entendimiento. Una mujer esculpida en sonrisas y esperanza. Y hay que verle la cara a lo que significa transmitir esperanza, es un trabajo interno que lleva años, caídas y levantadas.
Yadzia, mi amiga sibarita, mi compañera de aventuras espirituales por un tiempo. Su rostro lucía tranquilo, melancólico; quizá por todos los años que todas las veintipico nos hemos dejado de ver, por lo que hemos dejado de vivir juntas, por lo que henos dejado de reír juntas. “Hay un tiempo para cada cosa y un momento para hacerlo bajo el cielo”, dice el Eclesiastés. Eso me recordó Yadzia.
Yo en el periódico siempre digo que tengo una amiga emprendedora. Y con orgullo muerdo uno de esos deliciosos casabes que compramos para compartir “de los que hace la amiga de Blanca”, le dicen coloquialmente cuando hacemos meriendas en los largos días de guardia. Valentina es sencillamente maravillosa y tengo una rabia por dentro porque no tuve tiempo de sentarme a hablar con ella. Pero las imágenes y el lenguaje corporal a veces ayudan, y en las fotos la miro y miro y me digo: “Blanca, despreocúpate ésta es una chica feliz”. Gracias a Dios existes Valentina Espinoza y tu sabes que te lo digo de corazón.
Carlota es ella, yo la veo y pienso en que si no fuera caraqueña sería maracucha por la fuerza que imprime esa muchacha. Si, muchacha. ¿Y quién coño va a creer que esa carajita que ni se maquilla tiene tres hijos? Yo la quiero porque mis amigas la quieren. Yo la admiro porque mis amigas la admiran. Yo no soy cercana a ella, pero cuando ella está yo soy feliz. A ella la heredé en los últimos años y su bondad es tan grande que me recuerda –por contraste- mi lado oscuro, sí el mío que al igual que ustedes lo llevo, lo lidio, lo acepto.
Franchuuuu, es risa y risa, es auténtica, sin poses, sin rollos, sin ataduras. No la veía desde que nos graduamos y si tengo que describirla utilizo una sola palabra: versátil. Estoy segura de que hubiera sido una modelo de la propia Coco Chanel.
Las 10 de la noche sonaron y el albergue quedó vacío. Todas las mujeres que esa noche se reunieron quedaron sanadas. Ana Jo las despidió a cada una y su misión como impulsora de la hermandad quedó consumada, y yo dije: Gracias al cielo y gracias a Meme.
Corolario
Chicas esta reunión no hubiera sido posible sin el impulso renovador de una pequeña llamada Laura Rivas. A ella mi especial agradecimiento.
Unas líneas me robo para Calita (Carla Sarmiento) y Coco (Alexandra Johnson). No se me quita el vacío que me dejaron cuando se fueron. Calita, gracias por venir a mi cumpleaños. Coquito gracias por ir a verme a NY. Las amo con toda mi alma.
Ele escribí algo hace meses y creo que no lo leíste nunca. Laura se encargará de hacértelo llegar. Te quiero.
Maria Silvia, después de todo lo que has jodido con ese entrenamiento espero que mandes fotos y llegues entres las 25 primeras. Ya me pusiste a leer sobre los beneficios de correr. Pero esta culona es muy floja.
Y aquí la hermandad seguirá entre las tormentas de arenas que azotan a Andreína y los huracanes que dejan sin luz a mis niuyorkinas.
Ahh se me olvidaba (antes de que me mate). Reyna sí nos hiciste falta y mucha. Hemos creado dependencia a tus gestuales conversaciones.
Finalmente, al Whatsapp de mierda, le pido que vea a ver cómo carajo incluimos a más de 30.
Blanca Estela Vera Azaf
sábado, 1 de enero de 2011
Esas sorpresas inimaginables de año nuevo

Cada celebración del año nuevo es diferente. Hay unas que se celebran a todo dar. Algunas son más sentidas y vivenciales. Otras, mucho menos frecuentes, son sorpresivas.
Siempre me he considerado una mujer privilegiada. La verdad es que no se porqué, pero es así. Sin embargo, el regalo que Dios me tenía para cerrar este año e iniciar el nuevo carecía de premonición. Fue de esos que llega sin avisar, que te llena el corazón de una manera que te estremece y que te conecta con lo más profundo: El verdadero ser.
En una época en que las caretas caen alrededor de uno, que las admiraciones por los cercanos se diluyen, y tus incondicionales se van limitando la casualidad trajo a mi casa desde tierras lejanas a mi prima María Eugenia González Vera.
Dos horas antes me enteré que por primera vez en la vida -y luego de muchísimos años sin verla vendría- a mi casa materna. Mi corazón latía fuerte al saber que mi prima mayor estaría conmigo y mi hermano Juan Ramón compartiendo una noche que estaba segura recordaría para siempre.
Aún no entiendo el porqué pero siempre he visto a mis primos -tanto Vera como Azaf- como mis hermanos. La única diferencia es que no vivimos en el mismo techo. Los que tienen más edad que yo gozan de mi absoluto respeto y escucho lo que dicen con sumisión a la autoridad. A mi primo Germán, por ejemplo, lo admiro un montón y con él siento algo que no siento ni con mis hermanos. En su presencia me siento segura, él me protege como lo hace mi papá
El regocijo es un sentimiento que a veces no se reconoce. Maru es como yo pero morena. Ella y su hija Joan son las únicas personas que llevan puesto el mismo cuerpo que yo. Es herencia de uno de mis amores más grandes y menos disfrutados: Mi tía Elena Vera.
Ver a Maru compartiendo con la tía Blanca (mi mamá) después de tantos años y circunstancias me habló de la nobleza de corazón y de los profundos que son los lazos familiares.
Mi prima es una mujer hermosísima. Detallaba cada uno de sus gestos con atención y redescubría las razones de mi profundo amor por ella. Es absolutamente espontánea y despierta y profundamente inteligente. Mientras ella hablaba recordaba cuánto me gustaba jugar con sus Barbies. Digamos que era el ansiolítico ideal para la primita chiquita y algo callada.
Mientras le servia un whisky recordé uno de esos hermosos episodio en mi vida que me revelaron de dónde venía, quién era. Tenia 16 años y una tarde mi tía Elena me llamó a su cuarto y me puso frente a un gran espejo justo al lado de ella. Quería enseñarme cómo su cuerpo era idéntico al mío. Luego llegó Maru y se detuvo a mi lado. Aquella imagen de las tres mirándonos al espejo la sigo teniendo viva. Parecían copias al carbón en colores distintos. Hoy, Joan es la heredera de esos atributos
Maru me hizo reencontrarme con amores tallados en el alma. Ella es mi tío y mi tía por siempre. Nada importa las nuevas familias ni circunstancias. Hay lazos que se atan a nosotros inevitablemente para siempre. Sus hijos Joan y Hans son nuestra continuación familiar. La mirada de esa niña rubia y el cariño y admiración gratuita que nos tuvimos desde que nos abrazamos fue sagrada. Con plena conciencia me daba cuenta de que lo más importante es la grandeza con la que se nos muestra el amor cuando más distraídos se estamos.
Mi hermano Juan Ramón y yo fuimos hoy privilegiados. Vivimos la felicidad plena al lado de la prima, y debo confesar que todo el esfuerzo fue puesto por él para hacer posible ese inimaginable reencuentro
Al ver a mi madre comprendí que es un ser muy especial. Su generosidad y su convicción de ser siempre quien es -sin importar lo que los demás digan- lo que ha hecho que para mis primos siempre sea la tía querida. Ella, la que abre su hogar a los amores eternos.
Lo confieso. Yo nunca he sabido de un amor tan magnánimo como el que se tuvieron Juan Vera Bravo y María Carmona. Su fuerza quedó plasmada en Anita, Juan Vicente y en Elena, quien nos mira desde el cielo. Nada de lo que sucedió hoy hubiera sido posible, real y palpable si no hubieran existido esos dos que fueron puro amor.
Gracias tía.
Desde el cielo, lo volviste a hacer
lunes, 21 de junio de 2010
El vagón equivocado
Una llamada telefónica me detuvo, cerré la puerta del cuarto y decidí atender. Sentada sobre la cama conversaba con mi padre y me subía las medias de invierno que me protegían del corto vestido negro que desde la mañana había decidido llevar. Mientras conversaba con él, veía a través de la ventana cómo el atardecer primaveral iba muriendo. Me di cuenta que una de mis botas no estaba del todo limpia. Me acerqué al baño, tomé una toalla pequeña y comencé a quitar el lodo seco. Al mismo tiempo, le iba comentando que una vez más la causalidad me trataba con injusticia, al ser la única spanish speaker del curso. Noté entonces que me estaba retrasando, y prometí llamar a mi padre de nuevo al día siguiente, para contarle con todo detalle mis discusiones teóricas sobre el periodismo económico con quienes consideraba mis exóticos colegas de Jordania, China, Egipto y Giorgia.
El taxi me dejó justo enfrente a un edificio que me impactó. Lo describí mentalmente como un estilo victoriano pero plagado de vidrios. Una combinación bizarra nada feliz. Sentía algo de sueño y cansancio por el largo viaje, pero accedí a la invitación de mi viejo amigo por la sola curiosidad de saber si el tiempo lo había tratado tan bien como a mí. Lo reconozco, tengo el gravísimo defecto de aprovecharme de mis genes y de mis extremos cuidados físicos para confundir a la gente con mi edad. Lo peor es que cuando constato que me veo casi igual que hace 20 años, siento una extraña e íntima sensación de regocijo que algunas veces me avergüenza de mí mima. Una vez se lo confesé a una amiga cercana y me contestó: “No te preocupes, expiarás ese pecado cuando uno de estos días te des cuenta que todos los años te cayeron encima al mismo tiempo”.
Abrí de nuevo la puerta y caminé hacia el ascensor. Allí me detuve a esperarlo y me volteé para verme en un espejo que había en el corredor. Estaba perfecta, casi igual que en la mañana. Mientras me fijaba en los cuadros de colores y arabescos de la alfombra del hotel, pensaba en que esa noche no lo vería. Trataba de desviar mi atención sobre aquel episodio impactante del día anterior. Me miré de nuevo al espejo, esta vez directamente a los ojos y no pude evitar encontrarme conmigo misma diciéndome: “Basta de engaños, estás atrapada y no entiendes lo que estás sintiendo”.
Llevaba jeans, y un suéter que no me protegían lo suficiente. Mi amigo no respondía al intercomunicador. Mis manos se comenzaban a congelar. Llamé a su celular y tampoco tuve éxito. Estuve tentada a irme pero no pasaba carro alguno por el frente del edificio. En ese momento me dije a mi misma que había sido un error haber aceptado aquella invitación. Esperé unos dos minutos más y me prometí que sería la última vez que lo intentaría. “¡Bienvenida!”, me contestaron repentinamente.
La puerta del ascensor se abrió y caminé por un corto corredor hacia la salida. La noche se había enfriado. Apuré el paso y constaté que había limpiado bien mi bota. A media cuadra entré al Metro y tomé el pasamanos de la escalera mecánica. Disimulaba conmigo misma, y trataba de convencerme de que no me importaba no volverlo a ver. Respiré profundamente para liberarme de una pequeña angustia -que sin avisarme- me producía ese pensamiento y me concentré en las rayitas de los escalones metálicos que se movían sin mi esfuerzo.
La puerta comenzó a abrirse poco a poco. Ya conocía ese tipo de juegos de mi amigo. Esperé con una sonrisa en los labios para celebrar su travesura y cuando estuve lista para caerle a besos y abrazos, la imagen que se presentó ante mi me congeló.
Cerré los ojos por un instante y cuando los abrí mi realidad era otra. El pensamiento había desparecido y en su lugar mi intuición se había despertado. Sentí la mirada fija de alguien que caminaba a mi lado. Decidí ignorarla. La vorágine del metro me ayudó a tranquilizarme y a convencerme de que si aceleraba mis pasos, diluiría esa incómoda situación de saber que te auscultan sin tu permiso.
“Hola”, me dijo una voz varonil en un idioma que no era el mío Mi sonrisa desapareció, y entre aturdida y desconcertada me clavé en unos ojos claros que se quedaron también pegados a los míos marrones. Aquello fue descarado. Todo un descubrimiento que me hizo palpitar el corazón que parecía que no ya no era el mío. Un comportamiento mutuo carente de toda censura. Pedí disculpas; me había confundido de apartamento, pensé. “Entra que sí es aquí”, dijo la voz de mi amigo que brotaba desde el fondo celebrando mi llegada. “Él es Frank, todo un trotamundos que anda de visita por estos lares. De esos que te gustan a ti, por cierto”. Sonreí, pero su pequeña maldad se había consumado y asumí que el trotamundos -por ser lo que era- había entendido. Esa noche cuando me despedí supe que el congelador en el que había metido hacía mucho tiempo al corazón, se le había roto una pieza.
Divisé la máquina expendedora de tickets y me dirigí a ella. Mientras caminaba mi instinto animal prendió las alarmas y me di cuenta que el Voyeur se iba acercando cada vez más. Hice un gran esfuerzo para no voltear y mantenerme incólume, ante esa presencia a la que aún no había visto. Pero mi personalidad me jugó una mala pasada y en un acto de total rebeldía, y con el propósito de acabar con aquel irrespeto a mi espacio íntimo, decidí mirarle encendida de rabia. Allí estaba él con su sonrisa y sus ojos claros, disfrutando por haberme echo sentir incómoda; por haberme acechado y triunfado.
Me detuve en seco, lo miré por unos segundos fijamente y no pude resistirme a soltar una carcajada, a la que él respondió como ese cómplice que has estado esperando toda tu vida. Fue la llamada de mi padre la culpable.
Esa última vez que lo vi tomaba las escaleras paralelas a las mías con otro rumbo. No pudimos dejar de vernos hasta que la multitud nos ocultó. Cuando se cerraron las puertas del metro, noté que estaba temblando, que el estómago se me había llenado de mariposas, que tenía ganas de llorar y que el amor se me esfumaba en un vagón, al otro lado del andén, y en dirección opuesta.
domingo, 13 de junio de 2010
Sex and the City 2

A Ginette González
Graciela Beltrán Carias y
Marielisa González
“Es que te oigo como digitalizado. ¿Aló, Aló?” Todas miramos con el pitillo de la merengada de oreo en la boca; no dijimos nada pero sabíamos lo que estábamos pensando. Para una periodista multi tasking como Ginette el horario es sólo un detalle irrelevante. Marielisa, sólo por obtener el placer de burlarse de ella, agarra el celular y la imita: “Ginette es que no te veo, estás como pixelada”.
Fuimos al cine, y ¿a que no saben? Claro, eso sólo me pasa a mí: Sex and the City 2. Con el ingrediente adicional de que Ginette ya la había visto el día anterior, e hizo un par de comentarios sobre cuál personaje se asemejaba más a mí y cuál a Mary. ¡No comments! Resignada y con un cajón de cotufas, condición irrenunciable para ver la película, allí estábamos Marielisa y yo sentadas en medio de Ginette.
Cierto, a las tres nos gusta estar elegantes. Morimos por los zapatos y amamos los vestidos. Siempre andamos arregladas, incluso esos fines de semana en que nos echamos en el sofá de mi casa o nos bajamos botellas de vino en la cocina, en compañía de algunos invitados especiales.
Recientemente un colega muy querido definió en su blog la nueva manera de hacer periodismo económico. Hoy en día sin el bbpin, los mensajes de texto o los e-mails, sería casi imposible obtener exclusivas. La razón: Son pocos los que en Venezuela, antes las actuales circunstancias políticas, dan la cara.
Eso sí, no hay duda de que las periodistas de la fuente económica actualmente tienen una preparación de alta calidad y cuando están face to face con un entrevistado, los dardos envenenados salen de mentes afinadas y rostros hermosos. Es que la única responsabilidad que tenemos es con lectores, televidentes y radioescuchas.
El término utilizado por nuestro colega para esta nueva “raza de periodistas” fue Sex and the city” y a mi me encantó. Cierto, andamos entaconadas todos el día y sudamos poco (cuando trabajamos), pero si llegara a suceder esa fatalidad están MAC o Clinique para solventalo. Sin embargo y para ser realista, estas veteranas nunca le han tenido miedo a patear la calle y por eso llevan siempre un par de zapatos adicionales para las “emergencias”, en las que hay que ir al mercado de Quinta Crespo, a alguna protesta por cierre de una banco, a un megamercal o a una rueda de prensa del ministro de alimentación en Las Adjuntas. Juzguen por los resultados que se ven de inmediato o al día siguiente….
Marielisa dice que quiere tener mi ego. Yo digo que quiero ser tan bella como Marielisa y Ginette nos mira y no nos dice nada. Cómo nos va a decir si ella lo tiene todo? Hay una regla explícita entre las tres. Solemos salir, y bastante, pero cada vez que entramos juntas, Marielisa y yo nos quedamos atrás. Es muy duro tener que aguantar la humillación de que aquella escultural mujer alta, de sonrisas cautivadoras y piernas de diosa atrape las miradas masculinas.
La única vez que se quedó detrás fue al tratar de salir de un ascensor. La puerta se cerró y tuvo que esperar 18 pisos para poder bajar, No se si ha habido un evento en el que Mary y yo nos hemos reído tanto. Cuando logró salir de elevador, impávida sólo nos miró y dijo: "Entiéndanme, estoy en estado OM, nada me afecta”.
Cuando estamos juntas no nos alcanza el tiempo para echarnos todos los cuentos. No sólo cubrimos la misma fuente, sino que si hay alguien externo en la conversación de nosotras no entienden nada de lo que hablamos. Lo hacemos con una seguridad que casi casi parecemos economistas. De hecho, nos burlamos de los doctores en economía que suelen llamarnos para que nosotras les expliquemos qué está pasando.
Amamos el periodismo. Ellas dos son unas duras en televisión. La Gine lo complementa con la radio y yo soy el bicho raro que escribe sobre los que ellas hacen pero en versión de segundo día y en hojas de periódico.
Las tres conocemos la vida personal de cada una. Los avances, retrocesos, travesuras, aventuras y amores. No nos escandalizamos con nada y juramos sernos leales pase lo que pase, luego de un episodio doloroso que una de las tres debió vivir con una vieja amiga. La regla de oro: No juzgar a la otra:
Si, ya estoy en una etapa de la vida en la que no le dejo la elección a la casualidad, y si es necesario desterrar amigas entrañables, lo hago. A veces se los digo de frente, otras ni vale la pena. Es mi aprendizaje interior y una de las condiciones para no guardar rencores y tratar de mantener lo más valioso que tiene la amistad: La lealtad.
Marielisa es una gran vaciladora en su estilo de top model petit. Hace un tiempo puse en el Twistter un comentario sobre el Opus Dei, nada favorecedor por cierto, y la malvada se dio el gusto de enviarme un DM diciéndome: Ahhh claro a ti los que te gustan son los del Loyola…Casi, casi despierta mis instintos asesinos.
Gine es capaz de escribir por bbpin desde las 11 de la noche hasta las tres de la mañana, en conferencia con Mary y conmigo, y por supuesto que leemos hasta la última coma. Si no es para eso, entonces ¿para qué están la amistades? Nada que una doble capa de corrector de ojeras y café negro cargado no pueda solucionar en la mañana.
Hace unos meses me fui de viaje por largo tiempo. Gine estuvo presente todos los días a través del correo electrónico. Le iba contando cada detalle de mi periplo. Mis reencuentros con amores viejos y no tan viejos. Fue mi chamana secreta por semanas y me aconsejó en un viaje muy enriquecedor. en el que hice contacto con antiguos dolores internos y otros sorpresivos ligados a la amistad. Cuando pisé tierra venezolana, me abrazó. Ella y Marielisa me ayudaron a desenredar la telaraña y a entender la secuencia de ese maravillosos crecimiento espiritual que había vivido.
Las tres somos mujeres fuertes y duras pero cuando alguna llora por desamor, decepción, tristeza o stress a las otras se nos arruga el corazón. Gine y yo solemos proteger a Mary, no sólo porque es menor sino porque el Gobierno se ensañó con su escuela, su lugar de trabajo y lo cerró de manera vil. Frente en alto, le aconsejamos. Ya vendrán tiempos en los que la luz dentro de las conciencias aparacerá
Una vez la encontré sentadita en el suelo en la entrada del Ministerio de Finanzas. Le pregunté que qué hacía allí, y me contestó: “es que al canal no lo dejan entrar”. Le dije: ¡Levantate!. No recuerdo cuántas palabras subidas de tonos dije por el celular, pero 5 minutos después estábamos las dos arriba en la rueda de prensa.
Algo similar sucedió cuando no me dejaron entrar a un acto en el Ministerio de Finanzas, y cuando el alto funcionario pregunto por mí, Gine le contesto desafiante: “bevavera no está porque el ministro dio la orden de que no entrara”. Si alguien se mete con una, se mete con las tres, y a este trío de mosqueteras se une una cuarta ciertos días: Graciela Beltrán Carias.
El rostro de Graciela es infantil, tiene una piel radiante. Me recuerda eso que dicen de que la gente se ve por fuera como realmente es por dentro. Fue Ginette quien me la presentó y desde la primera vez que la ví, la escogí como amiga. Sin embargo, no sabía que confiaría en mí para que sorpresivamente en algunas ocasiones sus productoras hagan sonar mi teléfono, y cinco minutos después deba explicarle a su audiencia radial temas tan intrincados como los vericuetos del Gobierno para no dar divisas a los venezolanos. Cuando tranco el celular siempre pienso: Dios, ¿lo habré hecho bien?
Graciela tiene la bendición de contar con un hombre maravilloso en la vida, y lo digo porque es capaz de aguantarnos a la tres. Ha sido testigo de nuestros corazones rotos cuando lo han estado, aguanta nuestro vocabulario subido de tono cuando nos referimos a hombres pocos caballeros y es capaz de ver cómo alguna usurpa la identidad de la otra a través del Blackberry, cuando algún hombre se las da de galán y comienza a atacar. En 20 segundos queda estrellado a través de ese maravilloso invento que llaman bbpin. El señor Carlos soporta nuestras hormonas como un hidalgo. Eso sí, que no se meta con el Ipod de Marielisa porque se arma el lio.
Podemos cantar, bailar y brincar hasta agotarnos. Es nuestra mejor terapia, siempre supervisada por el señor Carlos y otros invitados frecuentes. Lástima que no lo hagamos tan seguido.
Mary, Gine, Graciela y yo nos acompañamos en la tristeza. Mi casa es ese “Albergue de las mujeres tristes” que describe la autora Marcela Serrano, pero no le tenemos miedo a la depre porque sabemos que es crecimiento espiritual, es escuchar hacia adentro.
Nos admiramos mutuamente y nos respetamos. Somos además gremialistas. ¿Cómo no serlo si todas soñamos con defendernos mutuamente y creemos que los cambios sí se logran? Esas y muchas otras virtudes son las que mantiene los hilos de nuestras almas atados.
Ahhhh sobre Sex and the city 2, Bueno, se generó una fuerte trifulca interna en pleno restaurant árabe. Al final hubo algo de humo blanco cuando quedamos en que ninguno de los personajes era puramente la esencia de alguna de las tres, aunque hubo otros aspectos que fue imposible negar y que, por supuesto, no revelaré.
martes, 20 de abril de 2010
Sex and the city

A Roselena Ramírez y Vicglamar Torres
Yo no entendía cómo mi amiga Roselena era capaz de invitarme a ver una película como Sex and the City. Ya le había dicho que nunca había seguido la serie, que no me gustaba Sara Jessica Parker y que estábamos nada más y nada menos que en Washington, una ciudad rodeada de cherry blossons, en donde lo que menos piensas es en desperdiciar tu tiempo yendo al cine. La tapa del frasco fue que tuviera los “riñones” de reconocer que ya la había visto.
Fue cuando entendí que debía haber algo más allá para que me hiciera tan inusual invitación, y a mi simple por qué, contestó como suele hacerlo ella: directo y sin anestesia. “Es que me recordó la amistad que tenemos Vicgla, tu y yo”.
Una semana después de la boda de la negra Vicgla con Antonio, su voz me hizo saltar del sofá-cama. “Blanca acompáñame al mercado”. Yo le dije: “Ve tu que estoy en pijama”. Ella insistió. Yo la miré y le dije en mal tono. “Me vas a hacer vestir para ir al mercado que queda a una cuadra”.La negra apretó los dientes y me lo repitió por tercera vez. Upss, algo estaba pasando, pensé. Ocho meses después nacería Samuel, mi ahijado y hermano de Gabriel.
Mis dos mejores amigas no viven en el mismo país que yo. Pero es imposible esconderles algo aunque no me vean. Vicgla es capaz de encontrarme si estoy de contrabando en un nigth club de Nueva York. “Blanca Vera ¿qué haces tu aquí?” Rose me da sorpresas en la vida con sólo abrir la puerta de su casa.
La primera vez que vi a Vicglamar fue justo al lado mío. Acababa de llegar de Praga de hacer una maestría y ni siquiera sabía su nombre. Para entonces yo era la reportera que cubría el extinto Congreso y aún no me acostumbraba a lo caótico que puede ser un periódico. Lo peor era que tenía que compartir mi teléfono con ella. Tan pronto se sentó, me miró y me dijo con esa voz suave, dulce y aniñada. “Hola, soy Vicglamar Torres”.
En ese momento la mente me voló como un cohete. No podía ser ella. En mi imaginario Vicglamar Torres era una cotizada y entrada en años periodista de El Universal, formada nada menos que por Sofía Imber y a quien leía desde aquellos tiempos universitarios en los que ni siquiera tenía idea de que los viernes en las redacciones se toma licor.
Roselena llegó a esa mágica redacción de El Globo poco después, como pasante; como llegamos todos pues. No como Vicglamar que aterrizó en una redacción ajena escribiendo como una diosa. Rose venía siempre a pie. La primera imagen que registro de ella es acercándose a mi en la entrada de la redacción de Maripérez, saludarme tímidamente vestida con un blue jean y un cuello tortuga crema, y pasar casi desapercibida a cumplir con su pauta del día. Para entonces yo ya había transitado algo en mi vida profesional en las páginas de economía y política. Ella llevaba encima dos carreras previas. Recuerdo que me llamó la atención por su cabello largo y sus ojos aceituna.
Hoy todavía me pregunto cómo Vicglamar se hizo mi amiga, luego del chasco ocurrido –gracias a mi imprudencia- en su segundo día de trabajo. Sonó el teléfono, ese mismo que hasta ahora había sido sólo mío pero que ya no lo era. Amablemente le dije a esa voz que salía por el auricular que ella no estaba. Fue cuando entonces me dio su nombre y quedé en shock: Era uno de esos con los que se tropieza la gente por la vida y cuyo prontuario era de mi conocimiento gracias a fuentes fiables de TERCERA mano.
“Te llamó fulano de tal. Mosca con ese tipo que es un galápago”, le dije apenas la vi, como si le estuviera dando el consejo de su vida. “¿Ahh si?”, me dijo ella con ese tono dulce que, con los años, he entendido que a veces puede ser histriónico. “¿Y de dónde lo conoces?”, me preguntó, y yo arranqué a hablarle mal del tipo. Una vez finalizado mi juicio con veredicto incluido y todo, ella me miró con sus profundos ojos negros y me contestó: “Uao, bueno, en realidad lo conozco porque es mi novio”.
No importó. Algo sucedió que pocas semanas después las tres nos sentábamos juntas en línea. Y el entonces jefe de la sección de política de El Globo gritaba. “A esa cuerdita me las separan ya”. Dócil no era ninguna. Tres huracanes temperamentales que –por supuesto- se negaron a separarse. Desde entonces las risas no pararon y había días en que el jefe –el mejor de todos- Heberto Castro Pimentel, tocaba con el puño el vidrio de su oficina para hacernos callar. Hacíamos caso. Seguíamos riendo pero bajito.
Mientras veía la película recordaba distintas etapas de la vida de las tres. Escuchaba que Rose sollozaba y la garganta se me iba trancando. Una pena de amor le había tumbado el cielo encima a la protagonista. En susurros Rose me dijo: “¿Ves como las amigas le dan la sopa a Carrie?, eso me conmueve”. Yo no pude responderle porque ya estaba llorando. No llorábamos por la película, sino por lo conmovedor que resultaba para las dos el hecho de que frente a nosotras se reflejara lo inseparables y solidarias que siempre hemos sido en momentos complicados.
En esos en los que el cuerpo se nos enfermó y nos cuidamos mutuamente; en aquellos en los que los enfermos fueron los corazones y nos encargamos de resucitarlos. En tragedias en las que los ríos nos arrastraron y los brazos nos mantuvieron a flote. Todos los laberintos emocionales y psicológicos los hemos atravesado juntas. Confidentes a toda prueba y sobre todo incapaces de juzgarnos. Callamos, escuchamos y entendemos. Ese ha sido siempre nuestro contrato sagrado.
Somos capaces de hacer las cosas más inverosímiles con tal de complacernos unas a otras. Como aquella vez que tuve que ponerme un vestido rosado para una de las bodas de la Vicgla con un lazo -también rosado- atrás. Ocasión para la que llegamos Rose, Seth (su ahora esposo) y yo desde DC a New Jersey 15 minutos antes, sin estar maquilladas ni arregladas, con el agravante de que éramos las madrinas.
Es que con Vicgla todo siempre ha sido apurado. Por una u otra razón siempre estamos tarde. Ni hablar de su primera boda, festejo que con ayuda de Rose se montó en dos semanas. Nos lleva dos hijos de delantera, sigue escribiendo como los dioses desde NY y no para de estudiar. Sus frases célebres como “burro enzapatado” y “a la gente se le ven los libros que ha leído cuando camina”, han pasado a ser parte del vocabulario de Rose y mío.
He de advertir que cuando reclamé por el vestido rosado me tuve que callar. Más de 10 años después me enteré que los “diseños” que usaron ellas en mi boda estaban mal hechos y se iban descociendo a medida que caminaban. Busqué las fotos que sobrevivieron a la fogata que armé en mi casa como ritual expiatorio, una vez que decidí divorciarme, y comprobé que era cierto. ¡Estaban casi desnudas! Pero más impresionada quedé con la cantidad de oro que esas locas se pusieron encima. Con razón los trajes no lucían!
Ser un verdadero amigo es un acto de voluntad. Es una elección, pero no es sencilla. Se debe aceptar y respetar al otro tal y como es. Representa todo un ejercicio de tolerancia. Es un acto de amor.
Rose, Vicgla y yo somos muy distintas. Juntas hacemos un tricolor de pieles. Una es llanera, la otra guaireña y yo de Caracas. El significado de lo que es la verdadera solidaridad lo he aprendido con ellas. Nos regalamos desde libros hasta polvos de maquillaje. Una le seca el pelo a la otra; mientras la tercera discute la semántica de un título con una pinza de cejas en la mano. Roselena es tecnológica. Para mí es imposible dominar uno de sus “devices” que siempre acaban con mi paciencia analógica. La negra es astuta, y tiene clara sus prioridades. Puede estar echándote un cuento y al mismo tiempo tener a Gilberto Santa Rosa esperando en la línea. Yo, todo lo rebusco y le saco el análisis económico. ¡Así somos!
Nuestros cónclaves, que en los últimos años suelen ser in the Big Apple, son conversaciones sinceras. Ellas son mi balance. Como buena librana lo que menos tengo es equilibrio. Ellas me centran. Saben cuáles han sido mis temores, mis dudas, mis equivocaciones. Celebran mis éxitos de una manera que me conmueve. Pero sobre todo son fieles y pacientes. Han sido capaces de guardar secretos por años para no herirme.
Ellas se dan cuenta antes que yo cuándo un hombre me cuadra y cuándo no. Saben incluso mejor que yo cuándo he estado realmente enamorada y cuándo ese amor ha sido sólo un disfraz. Conocen mis Hades y mis Olimpos. Yo suelo entregarles mi corazón para que lo ausculten y me digan que ven. Como lo hice hace pocas semanas, cuando el amor me rozó suavemente.
Si, tenemos y tendremos diferencias, pero la prudencia hace que nos preservemos. No hace falta decirnos nada; las miradas y los silencios son suficientes cuando alguna reprueba algo de la otra. La vida ha sido generosa con las tres y tenemos plena conciencia de ello; quizá por eso la risa nos brota fácil y nos burlamos despiadadamente del pasado. Vivimos al día, reconocemos lo momentáneo de la felicidad, y sobre todo nos hemos atrevido.
Hoy me levanté con una sensación de vacío. Sabía lo que era. Es por haberlas tenido cerca durante siete semanas y no acostumbrarme a sus ausencias. Como se que eso me sucede cada vez que las veo, me retraigo y pienso en lo felices que son.
Sólo pido disculpas porque siempre cierro la puerta de sus casas y me voy sin avisar. Es que no soporto abandonarlas.
martes, 16 de febrero de 2010
Del Hades, camino al Olimpo
Lo que nos apretuja el corazón y hace que de nuestros ojos broten lágrimas y gritos desconsolados. Eso es el lacerante dolor del desamor que los seres humano por -distintas razones- experimentamos una, dos, o varias veces en la vida.
Un dolor así no puede ser vivido muchas veces; su intensidad es tan grande que puede enfermar nuestro cuerpo. Pero nos hemos preguntado ¿Cuál es la razón de su existencia?
Los antiguos griegos pensaban que algunos dioses y semi dioses sólo podían encontrar la sabiduría necesaria para hacerse mecedores del Olimpo bajando al Dios de la ultratumba: Hades, también conocido como Plutón en la mitología romana.
Allí, en ese macabro lugar nos encontramos con el inconsciente y nos revisamos hasta el punto más profundo de nuestro ser. El cuerpo se recoge, como los animales que se retiran a las cuevas cuando han sido heridos, hasta que llega la sanación. Sólo el dolor nos puede impulsar a ese recogimiento que la ciencia llama depresión.
Hay hombres y mujeres que sintieron grandes dolores cuando niños y no han podido superarlo de adultos. Llevan años deprimidos y se esconden tras una vida convencional, risas, bromas y trabajo. Pero en el fondo no hay luz sino oscuridad. Sin embargo, No podemos ser jueces porque salir del Hades requiere de una gran fuerza espiritual y psicológica y no siempre podemos afrontar todo aquello solos.
Hace algunas semanas salí a cenar con un antiguo amor. De todos, creo que ha sido uno de los que más me ha marcado por la gran comprensión que tuvo hacia una personalidad tan complicada como la mía. El suyo era un amor imposible. Sí imposible, de esos a los que uno se aferra con más intensidad. Tan grande fue que la única salida posible resultó ser mudarse al exterior.
Experimenté en aquel entonces algo nuevo: Cuando me levantaba en las mañanas sentía que me iba a morir. Luchaba y luchaba contra esa sensación y no lograba quitármela de encima.
Gracias a Dios existe eso que hoy en día las jóvenes profesionales llamamos “Coaching”; y la mía resultó ser toda una intelectual de primera. Joven, educada en Inglaterra y retadora. Perfecta para mí. El diagnóstico fue sencillo: “Blanca, estás deprimida”.
Confieso que no lo podía creer. Pero como Dios escribe derecho en renglones torcidos, y yo soy una de esas mortales que decidió vivir la vida a plena conciencia dije: Okey acepto el reto: ¡Me voy al Hades!
Dure mucho tiempo allí dentro, incluso otra relación llegó y yo seguía en el Hades. Ufff no fue fácil, pero el descubrimiento de uno mismo es la verdadera tarea que hay que hacer tarde o temprano. Y lo digo sin tono de libro de autoayuda.
¿Cosas que les puedo confesar? Algunas, como por ejemplo el excesivo empeño por ser autosuficiente, por culparme, por querer proteger a todos los que están a mi alrededor sin pensar en mi. La impaciencia que me conduce al mal humor. Un afán perfeccionista que no me deja en paz y ese empeño de querer ser ambulancia de todas las parejas que he tenido. No hablo más !
Noooo, no todo lo arreglé, para eso todavía tengo el resto de la vida. Pero logré una conciencia más clara y sobre todo entender las verdaderas razones del miedo y del dolor.
Mientras hablaba con esta ex pareja me daba cuenta de que su situación no había cambiado. Estaba en el mismo sitio emocional pero en otro país, con un dolor encubierto en éxitos laborales, pero con la mirada triste y el corazón congelado. Atado por las responsabilidades, abrumado después de tres whiskies. Allí me di cuenta que desde hacía mucho tiempo él estaba a kilómetros de distancia de mi alma.
Lo comprendí y no lo juzgué. Todos entendemos claramente que a veces las piezas en la vida se nos mueven y los imponderables se presentan de frente haciendo que el corazón se nos salga del pecho. Cuando menos los esperamos nos damos cuenta de que ese imponderable nos seduce, nos atrae, nos da placer.
Pero el miedo se hace presente como antesala al dolor; nos frenamos y viramos la mirada a la realidad escogida. Allí -en apariencia- estamos protegidos. El saldo lo veremos durante la vejez.
Hace poco tiempo, una gran amiga a la que todas imaginábamos feliz y plena colapsó, lloró y confesó que nunca había sido feliz, sólo lo aparentaba. Como si no fuera suficiente, otra de las presentes dijo que ya no amaba a su marido, que lo quería pero que solamente la unían a él los hijos, y que constantemente pensaba en cómo serían sus últimos años al lado de un hombre que respetaba, que quería pero al que ya no amaba.
Las demás las abrazamos solidariamente porque sabíamos que sentían un profundo dolor, y más aún, estaban viviendo el miedo a cambiar esa condición de comodidad que las rodea. No juzgamos, sólo escuchamos y nos solidarizamos con ellas.
Tuve que levantarme antes que las demás para irme, y mientra agarraba mi cartera, una de ellas me dijo: “Hey BEVA, te envidio. De todas nosotras eres la que más tranquila se ve, la que ha vivido la vida plenamente”. En ese momento sólo pensé en mi papá que ha sido mi gran ángel guardián, callé, la miré y le sonreí.
Mientras caminaba hacia el carro me di cuenta de que hacía mucho tiempo que había salido del Hades, y que me encontraba dirigiéndome hacia el Olimpo. Cerré la puerta y tomé conciencia de que todo ser humano herido debe tener el valor de auscultarse a sí mismo, aunque produzca un miedo escalofriante.
Mirar de frente el lado oscuro es la única manera de resucitar como el Ave Fénix. Esa es una lucha diaria.